Modelos de desarrollo contrapuestos

J. Enrique Olivera Arce




Los nombres de los beneficiarios pueden ser, a juicio de comentaristas y especuladores, sorpresa ó confirmación. Pero lo que no constituye sorpresa alguna es el hecho de que con el nombramiento de los miembros del gabinete económico, Felipe Calderón ratifica su decisión de conducir al país por el camino trillado del neoliberalismo pactado en el llamado “Consenso de Washington. Modelo que los propios organismos internacionales que le promovieran ponen en duda como agotado e inviable. El perfil de los designados, formados en instituciones privadas nacionales y extranjeras de educación superior, apunta en tal sentido. La tecnocracia vinculada a las trasnacionales vuelve por sus fueros, con nuevos ímpetus pero no necesariamente con mejores resultados.

Así que no será nada extraño que el eje de la política económica del gobierno calderonista siga la misma pauta que la de su antecesor, pero con mayor eficacia, poniéndose el énfasis en el achicamiento del Estado frente al mercado; reformas estructurales en las áreas fiscal, energéticos y laboral, y atención marginal a los sectores más desprotegidos de la población con programas sociales de tipo asistencial. En pocas palabras, más de lo mismo, con la diferencia de que las condiciones políticas en México ya no son las mismas que las que prevalecieran durante el período que va de Miguel de la Madrid a Vicente Fox. Hoy día el horno ya no está para bollos como para reincidir en un modelo de desarrollo que en México ha probado su ineficacia, propiciando estancamiento económico y empobrecimiento creciente de la población.

Si lo que se buscaba con el mensaje que lleva implícita la designación del gabinete económico, era el contrarrestar el trasmitido por López Obrador el día anterior, 20 de noviembre, a mi juicio resultó contraproducente. La ciudadanía pudo captar dos modelos de desarrollo diametralmente opuestos. En el que el propuesto implícitamente por Calderón, justifica sentido y contenido de los 20 puntos programáticos que explicitara el autonombrado “presidente legítimo”. Opiniones, críticas, y muestras de beneplácito de las cúpulas empresariales, vertidas a partir del tempranero anuncio oficial de la conformación del gabinete económico con el que iniciará gobierno el aún Presidente electo, lo están confirmando. En el próximo sexenio presidencial transitaremos por la derecha sin que existan visos aún de alguna intención de rebasar por la izquierda a lo ofertado en campaña por el candidato de la Coalición por el Bien de Todos.

Lo anterior pues, no constituye ninguna sorpresa. En el plan 2030 que ha venido proponiendo Felipe Calderón a las cúpulas empresariales, políticas, gremiales y religiosas, para la modernización, competitividad, y desarrollo del país, se priorizará la acumulación de capital para crear condiciones propicias para una ulterior distribución de la riqueza generada. Así, bajo el supuesto calderonista de que el PAN gobernará al país cuando menos hasta el 2030, - y que el PRI y algunos sectores del PRD ya está validando- la atención a la desigualdad existente y el combate a la pobreza quedan condicionados a un crecimiento económico sustentado en reformas estructurales estratégicas llamadas a favorecer a los dueños del capital, nacionales y extranjeros; en las que va implícita e imbricada la privatización de la educación y la flexibilización laboral. No es circunstancial que en el gabinete económico no figuren egresados de instituciones públicas de educación superior ni mucho menos se perciba un mínimo de sensibilidad social en los designados.

Para los que consideran que la autodesignación del “presidente legítimo” y el movimiento social en que este se apoya, constituye una bufonada, un elemento más a tomar en cuenta para diagnosticar pérdida de la razón de quien llama a reconstruir las instituciones republicanas, combatir la corrupción, preservar soberanía, fortalecer la educación pública obligatoria y gratuita, así como impulsar salarios remunerativos y ampliación de la seguridad social, bien les valdría revisar la ligereza de sus apreciaciones. Lo que está a debate no es si López Obrador está loco, atenta contra el estado de derecho, ó si el PRD pierde capital político enfrentando a la institucionalidad del sistema político. Lo que está en juego es el futuro de México y este se inscribe dentro del marco del modelo de desarrollo que más convenga a los intereses nacionales.

No hay duda de que Calderón Hinojosa será a partir del primero de diciembre Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, por voluntad ciudadana expresada en las urnas. Ya no hay vuelta de hoja, pero ello no implica el extenderle un cheque en blanco y aceptar sin discusión políticas públicas contrarias a los intereses de la mayoría de los mexicanos. El debate está abierto, y en este marco de discusión, acotamiento y contrapeso a las decisiones unilaterales de la Presidencia de la República se ubica el movimiento que encabeza el “presidente legítimo” como eje de la oposición de izquierda. Otra cosa es el que por todos los medios se quiera reducir a los partidos que conforman el Frente Amplio Progresista a simples marionetas “institucionales” de un sistema electoral que, en el México de hoy, ha caducado.
pulsocritico@gmail.com



Réquiem para un sexenio
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J. Enrique Olivera Arce


"La vanidad es ridícula y el delirio es trágico, aunque
lo trágico pueda tener, a veces, ribetes de grotesco".
Gregorio Marañón:
El conde-duque de Olivares o
La pasión de mandar




Quien siembra viento cosecha tempestades, señala el ingenio popular, y no cabe duda que Vicente Fox está cosechando lo que sembró, debiendo abandonar anticipadamente el ejercicio de su mandato en un clima de vacío de poder en el que pierde México a la par que ganan la delincuencia organizada y los grandes y poderosos grupos empresariales en su mayoría vinculados al capital trasnacional que, como se observa en el movimiento cotidiano de la Bolsa de valores, están por encima del bien y del mal en tanto conserven privilegios y no se atente contra sus intereses.


Asumiéndose derrotado en sus intenciones de trascender y figurar en las páginas de la historia como el “Presidente demócrata”, a escasos días de su retiro al rancho se ha encerrado dentro del círculo estrecho de su familia y los más cercanos de sus amigos y colaboradores, ajeno a la crítica que hoy hace leña del árbol caído pero también del llano en llamas que hereda a su sucesor. Nunca en la historia reciente del país el hombre elevado a la altura de un semidiós se desvaneció al mismo ritmo e intensidad con la que se desvanece su poder al término del mandato presidencial.


Sensiblemente agotado, irascible, sin voluntad para sobrellevar sus responsabilidades constitucionales aún vigentes, y sin ánimos para enfrentar su ulterior destino en los márgenes del poder fáctico, quien hiciera de la falsa humildad y el desenfado campirano imagen e instrumento para ascender al escalón más alto de la pirámide social mexicana, trágicamente abandona el escenario de las vanidades víctima del escarnio público, cáncer terminal de toda carrera política.


Grotesco pero también triste final de quien habiendo ofrecido resolver el conflicto chiapaneco en 15 minutos, culmina su mandato mostrándose impávido frente a una matanza más en esa entidad federativa que enluta hogares indígenas condenados como siempre a poner los muertos a cambio de nada. Ni 15 minutos ni seis años han bastado para resolver lo que nunca se quiso resolver. El rezago estructural no resuelto pudo más que el maquillaje coyuntural asistencialista con el que se quiso ocultar abandono, pobreza y desigualdad.


Con Vicente Fox el hoy, hoy, hoy, fruto de la confianza depositada en las recetas de los organismos internacionales y poderes fácticos trasnacionales, queda como epitafio de lo que pudo haber sido y no fue. La continuidad del modelo neoliberal implantado por el priísmo lustros atrás, agotada fracasó a lo largo del sexenio; al igual que murieran los sueños compartidos con quien gobierna a nuestros vecinos del norte, de extender las fronteras del país militarmente más poderoso de la tierra hasta el cono sur, con un ambicioso Plan Puebla-Panamá que, como otros muchos planes dictados desde las esferas del poder son rechazados por la voluntad popular de los marginados y excluidos.


Seis años perdidos en los que fastuosas obras materiales de infraestructura -que benefician a unos cuantos bajo el pretexto de beneficiar a los más-, estabilidad macroeconómica, y aportes, que sin duda los hubo al intento por democratizar al país, no compensan estancamiento, deterioro y pérdida de expectativas y esperanza del pueblo que confiara en el hombre bueno, surgido del campo, con principios y valores religiosos arraigados, dicharachero y alegre, que la mercadotecnia se encargara de vender cual coca cola ó papas fritas. Con fecha de caducidad anticipada, el producto, hoy para grandes sectores de la población “Presidente chatarra”, será recordado como el artífice de una engañosa ilusión que con ríos de saliva pretendiera ocultar la lacerante realidad de un país en el que, entre otras cosas, el salario mínimo, para los afortunados que cuentan con empleo, apenas creció a un ritmo promedio anual de un peso con noventa y nueve centavos a lo largo de su mandato. Cifra muy por abajo del promedio anual de incremento en el precio de la gasolina, el gas, de la electricidad, de la tortilla, el azúcar, la leche, y de todos aquellos bienes de consumo que contribuyen a la sobrevivencia de los hogares mexicanos y a la reproducción de la fuerza de trabajo.


Pudo habernos ido peor, dicen los optimistas. Bastaba con que los gringos cerraran la frontera a los migrantes ó pusieran límite al envío de remesas de nuestros paisanos. Afortunadamente, agregan, nuestros vecinos no pueden prescindir de nuestra mano de obra, el precio del petróleo se disparó, el lavado de dinero mal habido se recicló en el país, y se abrieron de par en par las puertas a la inversión extranjera multiplicándose la inversión y sosteniendo con ello la planta productiva. Triste consuelo fruto de la ignorancia y el conformismo que alimenta también a aquellos que se vanaglorian de contar en México con un puñado de los hombres más ricos del planeta.


El mandato sexenal llega a su término. Vicente Fox se va al rancho dejándonos un México preñado hoy de incertidumbre y malos augurios. Días aciagos le esperan a un pueblo que merece mejor destino.





La necesaria ciudadanización de la política

J. Enrique Olivera Arce


Hoy en México estamos viviendo lo que yo he venido insistiendo en calificar como crisis del sistema político, en un contexto en el que la clase gobernante no sabe o no quiere reconocer que la brecha en su relación con el pueblo es cada día mayor y que, por tanto, tal divorcio genera descontento, ausencia de credibilidad en las instituciones y como expresara el propio Presidente electo, un paulatino pero constante proceso de pérdida de respeto a la ley y a la vida comunitaria.

Este marco de referencia indudablemente se da en condiciones diferenciadas y desiguales en cada una de las entidades federativas que conforman nuestro país. En unas el desquebrajamiento del tejido social se manifiesta más que en otras, al igual que los equilibrios entre las diversas fuerzas políticas que mantienen vivo y actuante el pacto social que nos compromete a todos los mexicanos con nuestra gran Nación.

Pero también considero se da de manera combinada, estableciendo denominadores comunes que actúan como vasos comunicantes igualando el nivel lo mismo del desarrollo alcanzado en todos los órdenes que del atraso, rezagos seculares, desigualdad y pobreza, definiendo a nivel nacional nuestra verdadera situación como país tanto en lo interno como en el orden internacional. Generando contradicciones que se traducen en conflictos que se salen del control de la clase gobernante, como el social y político que se vive en Oaxaca ó los desafortunadamente cotidianos de seguridad pública que genera la delincuencia organizada y el narcotráfico.

La respuesta de nuestra empantanada clase política a contradicciones y conflictos, --atendiendo a la verticalidad tradicional en el ejercicio del poder-, es evadir la gravedad del problema, resistiéndose a aceptar las condiciones de crisis, optando por el discurso gastado de la obligación ciudadana de respeto y fortalecimiento del estado de derecho y la amenaza del uso de la represión legítima del Estado de ser este violentado.
Se atacan o se pretende combatir los efectos, negándose las causas en un círculo perverso en el que ya nadie sabe a ciencia cierta donde empieza y donde termina el tan invocado estado de derecho. Terminándose por criminalizar el descontento y su manifestación pública por vías ajenas a las establecidas en un pacto social nacional que se sostiene con pinzas; contribuyendo a la propia profundización de la crisis.

La política, como instrumento de conciliación, negociación y consenso ya no funciona en nuestro país. El sistema de partidos, caduco y decadente, se ha encargado de secuestrar la voluntad ciudadana; alejado de la representatividad democrática y de su función de intermediación en la interlocución obligada de mandantes y sus mandatarios, antepone intereses personales y de grupo al interés superior de la sociedad en su conjunto. Cerrándose a la necesaria participación ciudadana en la construcción de la vida nacional, castrando voluntades, iniciativa y confianza en los gobernantes.

De seguir así las cosas, a un sexenio perdido habrán de acumularse otros más, hasta que el cuerpo social aguante. O se ciudadaniza la política y se democratiza el sistema de partidos, adecuándole a las necesidades reales de una población plural, brutalmente desigual y ávida de participación, ó las condiciones de conflicto de aleatorias se transformarán en permanentes.

Es en este contexto -que considero domina al país- que a partir de enero próximo en Veracruz dará inicio el proceso electoral que culminará con la elección de diputados locales y alcaldes. Si como dice el proverbio chino, crisis es también oportunidad, esta última nos ofrece la opción de contribuir a la búsqueda de solución de la primera, en una entidad federativa que para nuestra fortuna aún no presenta síntomas graves de deterioro del tejido social, inseguridad pública, ingobernabilidad y estancamiento. Es el momento de renunciar a la inercia, dar nuevo sentido a la política, romper con moldes arcaicos de operarla y abrir los cauces de la participación popular, ciudadanizando el proceso de selección de candidatos, recuperando la representatividad que hoy por hoy se nos tiene secuestrada.

Pongamos en manos de la sociedad el ejercicio de elección en el que la voluntad de los mandantes por sobre la de los mandatarios nos da calidad de ciudadanos. O dejemos pasar la oportunidad, sigamos siendo víctimas del sistema de partidos y conformémonos con seguir siendo los mirones de palo de siempre.
En la sociedad civil está el optar por uno u otro camino.








Crisis política y descomposición social

J. Enrique Olivera Arce


Sean quienes fueren los autores intelectuales y materiales de los atentados con explosivos sofisticados a los edificios que albergan al PRI, al TRIFE e instituciones bancarias en la capital del país y en la zona turística de Ixtapa Zihuatanejo, el hecho absurdo y condenable desde cualquier punto de vista que se le quiera ver no puede ni debe considerarse ajeno a la crisis del sistema político que vive México a escasos 20 días de la protesta de Felipe de Jesús calderón Hinojosa como Presidente Constitucional.

Este hecho anticipa un recrudecimiento del conflicto a que ha dado lugar el divorcio creciente entre la clase política y la ciudadanía. La incapacidad manifiesta de la primera para encausar por el camino de la razón y el entendimiento democrático la marcha de la vida política del país es la percepción que tiende a prevalecer.

La sensación de incertidumbre respecto al futuro cercano de la Nación flota en el aire. Nadie en su sano juicio está en condiciones de asegurar que la administración federal que inicia el primero de diciembre bajo la conducción de Felipe Calderón será tersa y que ofrecerá alternativas viables de crecimiento económico y desarrollo con justicia. Mucho menos expectativas claras de confianza en una operación política que atempere desigualdad social, restañamiento de heridas y agravios ancestrales ó un efectivo combate a la creciente violencia de que viene haciendo presa a la Nación la delincuencia organizada. La opinión que tiende a generalizarse apunta en contrario y si bien se establecen diferencias entre la tónica que pretende imprimir a su gestión Felipe de Jesús Calderón y el estilo personal de gobernar de Vicente Fox, no es suficiente para considerar que sea garantía para reencausar con eficacia la marcha del país tras seis años perdidos entre el disenso y el dislate.

La profundidad de la crisis política se deja sentir en todos los órdenes de la vida Nacional. La corrupción y la impunidad permea a todas las instituciones del Estado, exacerbando la pérdida de credibilidad y desconfianza en el estado de derecho. El mismo Calderón Hinojosa acaba de reconocer que existe falta de respeto a la ley y falta de respeto a la vida comunitaria.

Paradójicamente la declaración del Presidente electo se dio horas antes de que el actual mandatario en cadena nacional descalificara en nombre de la democracia un acuerdo adoptado por la mayoría de diputados en sesión plenaria de la Cámara baja del Congreso de la Unión, faltándole al respeto a uno de los tres poderes en que se sustenta la gobernabilidad del Estado mexicano.

No hay visos de que tal enquistamiento pueda combatirse con eficacia en el próximo sexenio. La deshonestidad intelectual se opone a la razón, prevaleciendo el interés espurio, personal o de grupo, que está a favor de que las cosas sigan como están en tanto esta lacra social propicie enriquecimiento y privilegios para la clase gobernante. Todo intento por combatirle choca con un muro impenetrable de intereses en juego, terminando en frustración y abandono. Sin honestidad intelectual para reconocer nuestras propias limitaciones y actuar en consecuencia, el quehacer político termina por matar nuestras potencialidades como Nación.

Hoy por sexto año consecutivo, en el orden internacional se califica negativamente a México por su nivel de corrupción e impunidad. Lo cual parece tener sin cuidado a nuestra clase política, empezando por el responsable de conducir a la Nación que, como es su costumbre, se lava las manos preocupado y ocupado más en exaltar y adorar a la compañera de su vida que por velar por los destinos del país. Satisfecho de su obra Vicente Fox se despide de los mexicanos con un acto más de agravio en contra de los partidos de oposición y con dedicatoria especial para el PRD y el PRI en un singular desahogo en cadena nacional de su frustración personal y exhibición de su mediocridad. En tanto que el Presidente electo afirma sin tapujos mantener la continuidad como norma de lo que será su gobierno, no sin antes incorporar a la ya de por sí ríspida situación el tema del combate a fondo al “terrorismo”.

Los hechos violentos que mantienen asolado al país incluidas las bombas detonadas, merecen lecturas más profundas. No pueden quedarse en el terreno especulativo ó en el ámbito estrictamente legal del respeto al estado de derecho sin escudriñar sobre las causas e ir a estas con soluciones eficaces. El problema de fondo es la descomposición del tejido social y la fractura del pacto social. No quererlo entender así no hará otra cosa que prolongar y profundizar la ya insostenible crisis política que vive México.

pulsocritico@gmail.com








Crisis política y descomposición social

J. Enrique Olivera Arce


Sean quienes fueren los autores intelectuales y materiales de los atentados con explosivos sofisticados a los edificios que albergan al PRI, al TRIFE e instituciones bancarias en la capital del país y en la zona turística de Ixtapa Zihuatanejo, el hecho absurdo y condenable desde cualquier punto de vista que se le quiera ver no puede ni debe considerarse ajeno a la crisis del sistema político que vive México a escasos 20 días de la protesta de Felipe de Jesús calderón Hinojosa como Presidente Constitucional.

Este hecho anticipa un recrudecimiento del conflicto a que ha dado lugar el divorcio creciente entre la clase política y la ciudadanía. La incapacidad manifiesta de la primera para encausar por el camino de la razón y el entendimiento democrático la marcha de la vida política del país es la percepción que tiende a prevalecer.

La sensación de incertidumbre respecto al futuro cercano de la Nación flota en el aire. Nadie en su sano juicio está en condiciones de asegurar que la administración federal que inicia el primero de diciembre bajo la conducción de Felipe Calderón será tersa y que ofrecerá alternativas viables de crecimiento económico y desarrollo con justicia. Mucho menos expectativas claras de confianza en una operación política que atempere desigualdad social, restañamiento de heridas y agravios ancestrales ó un efectivo combate a la creciente violencia de que viene haciendo presa a la Nación la delincuencia organizada. La opinión que tiende a generalizarse apunta en contrario y si bien se establecen diferencias entre la tónica que pretende imprimir a su gestión Felipe de Jesús Calderón y el estilo personal de gobernar de Vicente Fox, no es suficiente para considerar que sea garantía para reencausar con eficacia la marcha del país tras seis años perdidos entre el disenso y el dislate.

La profundidad de la crisis política se deja sentir en todos los órdenes de la vida Nacional. La corrupción y la impunidad permea a todas las instituciones del Estado, exacerbando la pérdida de credibilidad y desconfianza en el estado de derecho. El mismo Calderón Hinojosa acaba de reconocer que existe falta de respeto a la ley y falta de respeto a la vida comunitaria.

Paradójicamente la declaración del Presidente electo se dio horas antes de que el actual mandatario en cadena nacional descalificara en nombre de la democracia un acuerdo adoptado por la mayoría de diputados en sesión plenaria de la Cámara baja del Congreso de la Unión, faltándole al respeto a uno de los tres poderes en que se sustenta la gobernabilidad del Estado mexicano.

No hay visos de que tal enquistamiento pueda combatirse con eficacia en el próximo sexenio. La deshonestidad intelectual se opone a la razón, prevaleciendo el interés espurio, personal o de grupo, que está a favor de que las cosas sigan como están en tanto esta lacra social propicie enriquecimiento y privilegios para la clase gobernante. Todo intento por combatirle choca con un muro impenetrable de intereses en juego, terminando en frustración y abandono. Sin honestidad intelectual para reconocer nuestras propias limitaciones y actuar en consecuencia, el quehacer político termina por matar nuestras potencialidades como Nación.

Hoy por sexto año consecutivo, en el orden internacional se califica negativamente a México por su nivel de corrupción e impunidad. Lo cual parece tener sin cuidado a nuestra clase política, empezando por el responsable de conducir a la Nación que, como es su costumbre, se lava las manos preocupado y ocupado más en exaltar y adorar a la compañera de su vida que por velar por los destinos del país. Satisfecho de su obra Vicente Fox se despide de los mexicanos con un acto más de agravio en contra de los partidos de oposición y con dedicatoria especial para el PRD y el PRI en un singular desahogo en cadena nacional de su frustración personal y exhibición de su mediocridad. En tanto que el Presidente electo afirma sin tapujos mantener la continuidad como norma de lo que será su gobierno, no sin antes incorporar a la ya de por sí ríspida situación el tema del combate a fondo al “terrorismo”.

Los hechos violentos que mantienen asolado al país incluidas las bombas detonadas, merecen lecturas más profundas. No pueden quedarse en el terreno especulativo ó en el ámbito estrictamente legal del respeto al estado de derecho sin escudriñar sobre las causas e ir a estas con soluciones eficaces. El problema de fondo es la descomposición del tejido social y la fractura del pacto social. No quererlo entender así no hará otra cosa que prolongar y profundizar la ya insostenible crisis política que vive México.

pulsocritico@gmail.com








J. Enrique Olivera Arce

¿Hasta cuando?


Conforme nos acercamos al primero de diciembre, fecha en la que habrá de rendir protesta Felipe Calderón Hinojosa como Presidente de la República, el deterioro de la vida política de la Nación es más evidente. La transición democrática lejos de avanzar no sólo está atascada sino que retrocede a ojos vistas acercándonos a etapas presuntamente superadas de autoritarismo, demagogia y divorcio de la clase política con una ciudadanía que perdiendo credibilidad en las instituciones está optando por hacerse justicia por propia mano.

El rumbo que ha tomado el conflicto en Oaxaca es apenas la punta del iceberg. La intervención de la PFP lejos de solución como medida neutral llamada a restablecer el orden y la paz pública, es vista por la población, a favor o en contra, como ente beligerante, fuerza invasora y expresión de un gobierno federal ineficaz, al mismo tiempo que los partidos políticos son objeto de rechazo en su intención mediadora. Para amplios sectores de la sociedad oaxaqueña, el principio de autoridad de los gobiernos estatal y federal es letra muerta como lo es el llamado estado de derecho.

En el resto del país, pese a que se afirma que priva la tranquilidad y que la paz pública está blindada contra cualquier tipo de manifestación que pretenda alterarla, lo cierto es que bajo el agua, tras una aparente calma el descontento crece frente a la corrupción, la impunidad y la ineficacia de una clase política incapaz de crear las condiciones para atemperar la pobreza, la marginación, el deterioro de la seguridad social y la inequidad en la distribución del ingreso. Los efectos del secuestro de la vida política y la representatividad ciudadana a manos de partidos políticos que ya no responden a su cometido social se deja sentir; manifestándose de diversa manera y profundidad en detrimento de la legitimidad de una gobernabilidad que se sostiene inercialmente con alfileres.

La ciudadanía no se siente representada. La interlocución entre el pueblo y sus representantes en los Congresos federal y locales no existe. Los mandatarios bajo el supuesto democrático de la legitimidad que les confiere el haber sido electos, como el lastimoso caso de Ulises Ruiz Ortiz, se asumen como virreyes absolutos frente a sus mandantes. El pueblo de México, demasiado noble y generoso por inercia, divorciado de la clase política, retraído e inmerso en su propia supervivencia cotidiana, ve, calla, pero no se conforma.

Estamos a escaso un mes del cambio de estafeta en la conducción del país y lo que se ve venir no es nada optimista. El gobierno del empleo, el combate a la pobreza y a la inseguridad pública, que ofrece el Presidente electo no se percibe como tal en sus intenciones. Antes al contrario, la población observa con preocupación que en lo económico se habla de mantener a cualquier precio la estabilidad macroeconómica siguiendo a pie juntillas las recetas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional con sus consiguientes efectos colaterales negativos. Se percibe la insistencia en el más de lo mismo en detrimento de los niveles de vida de la mayoría de la población, causando no poco resquemor la alerta sobre los efectos para el país de la contracción de la demanda en nuestro vecino del norte y sus casi seguras consecuencias como la contracción de la inversión, del empleo y de la seguridad social, sin que se vislumbre el más mínimo interés en modificar un modelo de desarrollo obsoleto que ha probado su ineficacia a lo largo de casi cinco lustros.


El mercado interno se considera marginal y por ende, su fortalecimiento mediante el incremento de los ingresos de los mexicanos no se percibe en la agenda calderonista como respuesta a lo que se alerta, dándosele prioridad a los embates a favor de las reformas estructurales energética, fiscal y laboral favorables a las trasnacionales y al reducido número de empresas exportadoras. Las prioridades en materia de inversión y gasto social se restringen a la continuidad de las políticas públicas y programas asistenciales que en primera y última instancia no son otra cosa que paliativos destinados a mantener las cosas como están.

Continuidad neoliberal en las condiciones actuales del país significa estancamiento y retroceso en materia social; pérdida de capital humano, competitividad, así como deterioro en las condiciones de la planta productiva y niveles de vida de la población. Ya no digamos vulneración de soberanía en todos los órdenes, empezando por la alimentaria.

En lo político el Presidente Vicente Fox afirma que entregará a su sucesor un México con estabilidad. Oaxaca es un ejemplo de que no es así. Primero porque no es real el que el conflicto que se vive en esa entidad federativa sea estrictamente local, a todos nos afecta y los partidos políticos se están encargando de darle connotación nacional. Segundo porque independientemente de los intereses espurios en juego, lo que en el fondo se reivindica es la deuda que la Nación tiene para con los sectores más desprotegidos de la población en materia de educación, salud, vivienda y bienestar en general; rezagos que persisten en todo el país. Nadie en México puede ser ajeno a esta realidad.

Como contrapartida, el Presidente electo que si percibe la importancia de la papa caliente que hereda, cifra sus esperanzas en medidas legaloides y reforzamiento de los instrumentos represores para mantener la paz social. Percibiéndose con ello como lejana la intención de rebasar por la izquierda al foxismo y muy próxima la de aplicar medidas fascistoides de contención del cada vez mayor descontento popular.

Lo más grave es no querer reconocer que las condiciones en que vive el país son críticas. El dejar hacer dejar pasar como ya se hizo costumbre en nuestra clase política, agudiza contradicciones y desigualdad. ¿Hasta cuando la nobleza y aguante de nuestro pueblo seguirán sosteniendo el clima de gobernabilidad de que nos ufanamos?