Réquiem para un sexenio
.
J. Enrique Olivera Arce


"La vanidad es ridícula y el delirio es trágico, aunque
lo trágico pueda tener, a veces, ribetes de grotesco".
Gregorio Marañón:
El conde-duque de Olivares o
La pasión de mandar




Quien siembra viento cosecha tempestades, señala el ingenio popular, y no cabe duda que Vicente Fox está cosechando lo que sembró, debiendo abandonar anticipadamente el ejercicio de su mandato en un clima de vacío de poder en el que pierde México a la par que ganan la delincuencia organizada y los grandes y poderosos grupos empresariales en su mayoría vinculados al capital trasnacional que, como se observa en el movimiento cotidiano de la Bolsa de valores, están por encima del bien y del mal en tanto conserven privilegios y no se atente contra sus intereses.


Asumiéndose derrotado en sus intenciones de trascender y figurar en las páginas de la historia como el “Presidente demócrata”, a escasos días de su retiro al rancho se ha encerrado dentro del círculo estrecho de su familia y los más cercanos de sus amigos y colaboradores, ajeno a la crítica que hoy hace leña del árbol caído pero también del llano en llamas que hereda a su sucesor. Nunca en la historia reciente del país el hombre elevado a la altura de un semidiós se desvaneció al mismo ritmo e intensidad con la que se desvanece su poder al término del mandato presidencial.


Sensiblemente agotado, irascible, sin voluntad para sobrellevar sus responsabilidades constitucionales aún vigentes, y sin ánimos para enfrentar su ulterior destino en los márgenes del poder fáctico, quien hiciera de la falsa humildad y el desenfado campirano imagen e instrumento para ascender al escalón más alto de la pirámide social mexicana, trágicamente abandona el escenario de las vanidades víctima del escarnio público, cáncer terminal de toda carrera política.


Grotesco pero también triste final de quien habiendo ofrecido resolver el conflicto chiapaneco en 15 minutos, culmina su mandato mostrándose impávido frente a una matanza más en esa entidad federativa que enluta hogares indígenas condenados como siempre a poner los muertos a cambio de nada. Ni 15 minutos ni seis años han bastado para resolver lo que nunca se quiso resolver. El rezago estructural no resuelto pudo más que el maquillaje coyuntural asistencialista con el que se quiso ocultar abandono, pobreza y desigualdad.


Con Vicente Fox el hoy, hoy, hoy, fruto de la confianza depositada en las recetas de los organismos internacionales y poderes fácticos trasnacionales, queda como epitafio de lo que pudo haber sido y no fue. La continuidad del modelo neoliberal implantado por el priísmo lustros atrás, agotada fracasó a lo largo del sexenio; al igual que murieran los sueños compartidos con quien gobierna a nuestros vecinos del norte, de extender las fronteras del país militarmente más poderoso de la tierra hasta el cono sur, con un ambicioso Plan Puebla-Panamá que, como otros muchos planes dictados desde las esferas del poder son rechazados por la voluntad popular de los marginados y excluidos.


Seis años perdidos en los que fastuosas obras materiales de infraestructura -que benefician a unos cuantos bajo el pretexto de beneficiar a los más-, estabilidad macroeconómica, y aportes, que sin duda los hubo al intento por democratizar al país, no compensan estancamiento, deterioro y pérdida de expectativas y esperanza del pueblo que confiara en el hombre bueno, surgido del campo, con principios y valores religiosos arraigados, dicharachero y alegre, que la mercadotecnia se encargara de vender cual coca cola ó papas fritas. Con fecha de caducidad anticipada, el producto, hoy para grandes sectores de la población “Presidente chatarra”, será recordado como el artífice de una engañosa ilusión que con ríos de saliva pretendiera ocultar la lacerante realidad de un país en el que, entre otras cosas, el salario mínimo, para los afortunados que cuentan con empleo, apenas creció a un ritmo promedio anual de un peso con noventa y nueve centavos a lo largo de su mandato. Cifra muy por abajo del promedio anual de incremento en el precio de la gasolina, el gas, de la electricidad, de la tortilla, el azúcar, la leche, y de todos aquellos bienes de consumo que contribuyen a la sobrevivencia de los hogares mexicanos y a la reproducción de la fuerza de trabajo.


Pudo habernos ido peor, dicen los optimistas. Bastaba con que los gringos cerraran la frontera a los migrantes ó pusieran límite al envío de remesas de nuestros paisanos. Afortunadamente, agregan, nuestros vecinos no pueden prescindir de nuestra mano de obra, el precio del petróleo se disparó, el lavado de dinero mal habido se recicló en el país, y se abrieron de par en par las puertas a la inversión extranjera multiplicándose la inversión y sosteniendo con ello la planta productiva. Triste consuelo fruto de la ignorancia y el conformismo que alimenta también a aquellos que se vanaglorian de contar en México con un puñado de los hombres más ricos del planeta.


El mandato sexenal llega a su término. Vicente Fox se va al rancho dejándonos un México preñado hoy de incertidumbre y malos augurios. Días aciagos le esperan a un pueblo que merece mejor destino.