Crisis política y descomposición social

J. Enrique Olivera Arce


Sean quienes fueren los autores intelectuales y materiales de los atentados con explosivos sofisticados a los edificios que albergan al PRI, al TRIFE e instituciones bancarias en la capital del país y en la zona turística de Ixtapa Zihuatanejo, el hecho absurdo y condenable desde cualquier punto de vista que se le quiera ver no puede ni debe considerarse ajeno a la crisis del sistema político que vive México a escasos 20 días de la protesta de Felipe de Jesús calderón Hinojosa como Presidente Constitucional.

Este hecho anticipa un recrudecimiento del conflicto a que ha dado lugar el divorcio creciente entre la clase política y la ciudadanía. La incapacidad manifiesta de la primera para encausar por el camino de la razón y el entendimiento democrático la marcha de la vida política del país es la percepción que tiende a prevalecer.

La sensación de incertidumbre respecto al futuro cercano de la Nación flota en el aire. Nadie en su sano juicio está en condiciones de asegurar que la administración federal que inicia el primero de diciembre bajo la conducción de Felipe Calderón será tersa y que ofrecerá alternativas viables de crecimiento económico y desarrollo con justicia. Mucho menos expectativas claras de confianza en una operación política que atempere desigualdad social, restañamiento de heridas y agravios ancestrales ó un efectivo combate a la creciente violencia de que viene haciendo presa a la Nación la delincuencia organizada. La opinión que tiende a generalizarse apunta en contrario y si bien se establecen diferencias entre la tónica que pretende imprimir a su gestión Felipe de Jesús Calderón y el estilo personal de gobernar de Vicente Fox, no es suficiente para considerar que sea garantía para reencausar con eficacia la marcha del país tras seis años perdidos entre el disenso y el dislate.

La profundidad de la crisis política se deja sentir en todos los órdenes de la vida Nacional. La corrupción y la impunidad permea a todas las instituciones del Estado, exacerbando la pérdida de credibilidad y desconfianza en el estado de derecho. El mismo Calderón Hinojosa acaba de reconocer que existe falta de respeto a la ley y falta de respeto a la vida comunitaria.

Paradójicamente la declaración del Presidente electo se dio horas antes de que el actual mandatario en cadena nacional descalificara en nombre de la democracia un acuerdo adoptado por la mayoría de diputados en sesión plenaria de la Cámara baja del Congreso de la Unión, faltándole al respeto a uno de los tres poderes en que se sustenta la gobernabilidad del Estado mexicano.

No hay visos de que tal enquistamiento pueda combatirse con eficacia en el próximo sexenio. La deshonestidad intelectual se opone a la razón, prevaleciendo el interés espurio, personal o de grupo, que está a favor de que las cosas sigan como están en tanto esta lacra social propicie enriquecimiento y privilegios para la clase gobernante. Todo intento por combatirle choca con un muro impenetrable de intereses en juego, terminando en frustración y abandono. Sin honestidad intelectual para reconocer nuestras propias limitaciones y actuar en consecuencia, el quehacer político termina por matar nuestras potencialidades como Nación.

Hoy por sexto año consecutivo, en el orden internacional se califica negativamente a México por su nivel de corrupción e impunidad. Lo cual parece tener sin cuidado a nuestra clase política, empezando por el responsable de conducir a la Nación que, como es su costumbre, se lava las manos preocupado y ocupado más en exaltar y adorar a la compañera de su vida que por velar por los destinos del país. Satisfecho de su obra Vicente Fox se despide de los mexicanos con un acto más de agravio en contra de los partidos de oposición y con dedicatoria especial para el PRD y el PRI en un singular desahogo en cadena nacional de su frustración personal y exhibición de su mediocridad. En tanto que el Presidente electo afirma sin tapujos mantener la continuidad como norma de lo que será su gobierno, no sin antes incorporar a la ya de por sí ríspida situación el tema del combate a fondo al “terrorismo”.

Los hechos violentos que mantienen asolado al país incluidas las bombas detonadas, merecen lecturas más profundas. No pueden quedarse en el terreno especulativo ó en el ámbito estrictamente legal del respeto al estado de derecho sin escudriñar sobre las causas e ir a estas con soluciones eficaces. El problema de fondo es la descomposición del tejido social y la fractura del pacto social. No quererlo entender así no hará otra cosa que prolongar y profundizar la ya insostenible crisis política que vive México.

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