Un
Veracruz en crisis exige mesura en la palabra
J.
Enrique Olivera Arce
No estando el horno para bollos
en una sociedad lastimada y ofendida, con todo respeto para aquellos que
aspiran al gobierno de dos años en Veracruz, el proselitismo electoral
sustentado en ofertas y promesas de campaña atractivas pero poco viables para su
cumplimiento, no va con los tiempos que corren.
Me parece debería ser realista, intelectualmente honesto y de un gran
respeto para los votantes potenciales.
Afirmo lo anterior ante el
cuadro crítico que nos ofrece una crisis que en lo económico y sin tocar fondo
aún, se agudiza con la caída de los precios internacionales del petróleo y la
devaluación del peso frente al dólar y el euro, cancelando o posponiendo
expectativas de crecimiento y desarrollo para un país que en gran medida
depende del mercado externo.
Crisis económica que si bien
está determinada por la “madre de todas las crisis”, en el mundo globalizado,
en nuestra aldeana realidad se agrava con la enfermiza situación de unas
finanzas públicas estatales quebradas y un criminal endeudamiento, que limitan
toda capacidad de maniobra para hacer de
la inversión pública motor del crecimiento. Estando vedado prácticamente el
rescate gubernamental de obras inconclusas y, con mayor razón, el emprender
otras que por su envergadura y posición estratégica fortalezcan el capital
infraestructural de la entidad.
Si uno de los orígenes del
pésimo gobierno de Javier Duarte fue el divorcio entre los sueños oníricos del
gobernante y la realidad real, a estas alturas del partido el triunfalismo sin
sustento por parte del sucesor sería el acabose, como a nivel nacional se
observa el practicado por el Sr. Peña Nieto en su pretensión de convencer de
que las llamadas reformas estructurales impulsan crecimiento y desarrollo,
cuando la realidad muestra fehacientemente otra cosa.
Decía mi abuela que la
sabiduría popular, centenaria y certera, es un antecedente que debe ser tomado
en cuenta por los gobernantes, precediendo a ofertas y promesas que de antemano
se sabe no serán cumplidas, pues estas más temprano que tarde se revierten.
Prometer no cuesta nada, no cumplir es lo que aniquila dice la conseja y, con
mayor razón, cuando estas con
propósitos electorales van dirigidas a
convencer a una sociedad descreída, desconfiada y harta de sexenios perdidos en
los que la constante ha sido el saqueo y el desprecio a los ciudadanos.
Ofrecer lo deseable sin visión
de lo posible es demagogia, más de lo mismo que la sociedad por principio
rechaza.
Toda campaña política debería
tener un punto de partida, la realidad real sobre la que se pretende operar. De
otra forma, tomar el atajo fácil de ignorar un deterioro económico que se
refleja en el bolsillo de las mayorías, desigualdad, pobreza galopante e
incapacidad evidente para hacer frente a estos flagelos desde el ámbito de las
finanzas públicas, pretendiendo ganar confianza y credibilidad con saliva, la
engañosa palabra cae en el vacío como semilla en tierra infértil.
De ahí que a mi modesto
entender, lo que procede en las campañas políticas que culminarán con la
elección del gobernador de dos años y el relevo de la diputación local, es la
mesura, tanto en el empleo de la palabra como en la parafernalia que suele
acompañar al proselitismo. Paradójicamente, entre más elocuente y más rico en
ofrecimientos y promesas sea el discurso y mayor sea el desplante en la
exhibición del músculo, considero mayor será el fracaso de los candidatos en
campaña frente a una sociedad más despierta e informada que, a diferencia de
antaño con el viejo régimen, ya no resulta fácil engatusarle.
La sociedad sabe que terrenos
pisa. Los veracruzanos no por nada vivimos escamados en un clima de
incertidumbre, pretender un engaño más ofreciendo acabar con la corrupción
encarcelando a los saqueadores, o
retornar al sobado slogan del Veracruz granero de México, no es el camino.
Y esto va también para las
militancias hartas de ser ignoradas por las cúpulas de una partidocracia corrupta y rapaz. El
llamado voto duro ya no es tan duro como antaño con el viejo régimen. Si los
candidatos no fueron seleccionados democráticamente por las bases ni cuentan
con el mínimo de consenso, el desprecio a la militancia se revertirá en las
urnas poniendo en entredicho el optimismo de una retórica triunfalista sin
sustento y exhibiendo al desnudo la manida práctica de la compra de sufragios,
de dignidad y de conciencias.
Toda campaña proselitista va en
dos direcciones, la del emisor del mensaje y la del receptor; los votantes potenciales que hoy más que
nunca, ante la realidad real con talante participativo y crítico, en el hogar,
en el trabajo, en las aulas, habrán de valorar y cuestionar la palabra de los
candidatos expresando la suya propia. Son otros tiempos, pesan más los hechos
que la palabra fácil. Hay de aquel aspirante a gobernarnos que privilegie
grandilocuencia por sobre realismo y mesura, que en las urnas recibirá el
correspondiente castigo.
Hojas
que se lleva el viento
La lucha de clases no está
extinguida, vive en el imaginario colectivo de los pueblos oprimidos. Se
equivocan quienes dándole por fallecida proclaman el fin de las ideologías,
propalando la bondad del grosero pragmatismo como vía para la emancipación y
retorno a la democracia perdida.-
Xalapa, Ver., enero 20 de 2016.
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