Se ganará la actual batalla pero no la guerra


J. Enrique Olivera Arce



Sin de ninguna manera pretender minimizar el esfuerzo del gobierno mexicano por someter a la delincuencia organizada, bien vale la pena contextualizar el llamado del presidente Calderón a la participación activa de la sociedad en esta tarea, dentro del marco de una realidad inobjetable: no se pueden pedir peras al olmo.


El pueblo de México es conciente de que los objetivos deseables por alcanzar con la guerra contra la delincuencia, por más loables que estos sean, serían insuficientes si no se hacen acompañar por otras medidas como el combate a la corrupción y el reencauzamiento de la actividad política nacional por el camino del bien común, entre otras. Lo cual no se inscribe en la agenda presidencial.


Si atendemos al concepto que mejor representa el trabajo del general austriaco Von Clausewitz, “la guerra es la política por otros medios”, tendríamos que aceptar que la guerra contra la delincuencia organizada tuvo su etapa previa en el ejercicio de la política, como instrumento para hacer prevalecer el Estado de Derecho por sobre conductas antisociales y, ante el fracaso de ésta, entonces pasar a la etapa de la confrontación de la violencia contra la violencia, con el objetivo de hacer prevalecer el imperio de la ley y con ello preservar al Estado mexicano. No se dio así. Antes al contrario, la prevalencia previa de un vacío de poder resultante de la crisis que por más de dos lustros atraviesa la vida política del país y el achicamiento del Estado como consecuencia de las políticas neoliberales, cedieron el campo y la iniciativa a los poderosos consorcios de la droga, a los que hoy se combate.


El Estado mexicano se derrotó a sí mismo mucho antes de diagnosticar la gravedad de un problema latente, definir la estrategia a seguir para combatir la creciente presencia del narcotráfico y declararle la guerra a este flagelo. La corrupción, las políticas pactadas en el llamado consenso de Washington, y la pérdida de rumbo de la clase política, le ataron de manos. Hoy enfrenta a la delincuencia organizada en una guerra no convencional, con un gobierno débil obligado a recurrir a aquellos medios que, como las fuerzas armadas, por lógica están llamadas a intervenir únicamente como última instancia. Si estas son derrotadas, el Estado queda en una franca indefensión.


Frente a este riesgo, el presidente Calderón, tardíamente convoca a la sociedad a sumarse al combate, mandándola a la guerra prácticamente sin fusil. Los partidos políticos, llamados a aglutinar y movilizar la voluntad popular para que la ciudadanía acepte el riesgo que implicaría el involucrarse en el combate, carecen de credibilidad a más de no estar organizados para una tarea de tal magnitud. Pues es más que sabido que están más preocupados y ocupados en los procesos electorales -que definen la pugna coyuntural por el poder-, que en cumplir con su papel frente a la sociedad. Preocupación y ocupación en la que no se inscribe la participación ciudadana.


Luego el llamado presidencial es como un llamado más a misa. Se involucrará quien quiera, como quiera y hasta donde quiera, asumiendo el riesgo personal, por ejemplo, de denunciar un presunto ilícito en la ventanilla equivocada. La corrupción imperante está en todos lados, el riesgo es demasiado alto.


De ahí que llame la atención el que en esta guerra intestina no figure entre las prioridades ni el combate a la corrupción, ni el rescate y fortalecimiento de la política, orientando a ésta a la búsqueda del bien común a través de la participación libre y democrática de la ciudadanía en aquellos menesteres que son de su incumbencia, como el representarse legítimamente a sí misma en la vida partidaria, parlamentaria, e incluso en la conducción del gobierno.


Una sociedad secuestrada por la partidocracia, poco o nada puede hacer en un combate tan desigual como el que plantea el involucrarse en una guerra, sin saber a ciencia cierta quien es el enemigo en un frente de batalla en el que priva lo mismo el fuego cruzado que el fuego amigo. El presidente Calderón, las fuerzas armadas, y los tres órdenes de gobierno están solos en la tarea que se echaran a cuestas. Si la intención de Calderón al declarar la guerra fue el legitimarse, como en su tiempo Carlos Salinas lo hiciera con el “quinazo”, el tiro podría salirle por la culata. Sin la participación activa, consecuente y organizada de la sociedad como él mismo lo está aceptando, podría ganar la actual, cruenta y desgastante batalla, pero no la guerra.




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