“Tan cerca de Estados Unidos y tan lejos de Dios”



J. Enrique Olivera Arce




Por si fuera poco para México ser víctima de flagelos como corrupción, pobreza y delincuencia organizada, en ese orden de importancia, y estar sujeto a los vaivenes del precio de un recurso estratégico que está por agotarse, como el petróleo, al que por cierto hemos dilapidado y dejado de utilizar como palanca para el desarrollo, hoy tiene que enfrentarse a una nueva amenaza: el terrorismo internacional que presuntamente ha puesto sus ojos en nuestro país.

Si bien es cierto que no está confirmado y además existen dudas sobre la veracidad de las amenazas de Al Qaeda sobre los países que abastecen de petróleo a los Estados Unidos de Norteamérica, considerando la situación actual de la geopolítica mundial dominada por los grandes intereses petroleros, es más que obligado atenderlas. Estando condenados a seguir la suerte de nuestros vecinos del norte, por su cercanía, dependencia económica y su reiterada intervención, el lazo más estrecho que nos une hoy día, para bien o para mal, es el ser proveedores del oro negro, cada vez más escaso en el planeta, sea verídica la amenaza o no, es indudable que estratégicamente el tema debe ser preocupación permanente del Estado como asunto prioritario de seguridad nacional.

La Secretaría de Gobernación sobre el particular ha informado que el gobierno se mantiene atento y nuestras fuerzas armadas dan seguridad a toda la infraestructura petrolera nacional. Sin embargo, el contenido de tal declaración es de dudarse. Baste como ejemplo los constantes dolores de cabeza que para PEMEX representan las tomas clandestinas con las que particulares ordeñan los ductos, y la laxitud que prevalece en las medidas de control que se aplican en las instalaciones petroleras.

Por otra parte, también es sabido que tecnológicamente nuestras fuerzas armadas no están preparadas para afrontar ataques terroristas con armas sofisticadas, de la índole que suelen utilizar los grupos terroristas que encabeza Al Qaeda. Ni los servicios de inteligencia del gobierno, hasta ahora incapaces de frenar a la delincuencia organizada, están a la altura de circunstancias de naturaleza tal como las presuntas amenazas vertidas. Constituyendo éstas un reto que parece superar toda posibilidad de evitar que en su momento se hicieran efectivas.

Surge entonces otra amenaza, de otra índole no menos grave. La intervención de las agencias antiterroristas del vecino país del norte, e incluso de especialistas de las fuerzas armadas norteamericanas, que, en una acción de autodefensa, no dudarían en asistir al gobierno mexicano para preservar el flujo ininterrumpido de petróleo, como prioridad estratégica para sus intereses. Al mismo tiempo que fortalecerían sus mecanismos de control fronterizo, haciendo más agresiva su política en contra de los migrantes mexicanos y centroamericanos; corriendo de facto su frontera hasta el sur de nuestro país, como parece que ya está ocurriendo.

Dada la gravedad de las presuntas amenazas, el tema de la soberanía nacional, el migratorio, e incluso el combate a la delincuencia organizada, pasarían a segundo plano. Privilegiándose la seguridad de la infraestructura petrolera con el auxilio de nuestro vecino del norte. Posponiéndose la atención a los grandes objetivos nacionales de crecimiento económico, combate a la pobreza y desarrollo, propiciando una nueva escalada en el camino del retroceso.