No hay peor ciego que el que no quiere ver

J. Enrique Olivera Arce







Inmerso Como está en la pugna interna de selección de quienes ocuparán los cargos de presidente y Secretario general del CEN del PRI, el priismo veracruzano sigue aferrado a la idea de que su mejor capital político para la contienda del presenta año para la elección de diputados locales y alcaldes, es el intenso trabajo desarrollado por Fidel Herrera Beltrán a lo largo de sus dos años de mandato. Olvidando la lección que en las urnas recibiera en el proceso electoral del año anterior.







A lo largo de este último proceso, independientemente de cómo se manifestara la elección presidencial, específicamente en lo que toca a la elección de los diputados federales veracruzanos, desde este espacio se hizo hincapié en que no basta el trabajo cotidiano de un mandatario, obligado constitucionalmente a trabajar para todos los veracruzanos, sin distingo partidista, para inclinar la balanza a favor del institucional. El trabajo personal de Fidel Herrera Beltrán no sustituye por sí mismo una responsabilidad que compete a dirigencias y militancia.

Si alguien fue responsable de la debácle en el 2006, no fue el gobernador del estado, y eso debe quedar bien claro para el actual CDE del PRI. En la derrota tuvo mucho que ver la falta de visión de la dirigencia estatal y el exceso de confianza en la aceptación, cercanía con el pueblo y popularidad del gobernante, aunado a una pésima selección de candidatos. No la inclinación ideológica ni el compromiso de la militancia para con su partido.

Jamás se comprendió la nueva realidad del país y de la entidad, en lo que se refiere al reacomodo de las fuerzas políticas influenciadas por el peso específico de los candidatos presidenciales y la guerra sucia que se diera en torno al proceso. La inercia impulsada por el triunfo del partido en el 2004, y el posicionamiento a base de trabajo de Fidel Herrera Beltrán frente a la mala herencia del alemanismo, conformó la debacle.

Hoy, en los prolegómenos de la contienda electoral que desembocará en septiembre con la elección de la diputación local que conformará la LXI Legislatura, y los 212 alcaldes en la geografía política veracruzana, el CDE del PRI manifiesta cerrazón y olvido, persistiendo en la misma actitud triunfalista del pasado, dejando en manos del gobernador la inclinación de la balanza, y renunciando al compromiso de reinvención y actualización del partido que, entre otras cosas, exige participación activa de la militancia en la toma de decisiones; privilegiando horizontalidad por sobre un autoritarismo vertical y antidemocrático.

No se quiere aprender de la experiencia y, lo que es peor, tampoco se acepta la visión, las ideas y propuestas, de aquellos priistas que observan con mayor claridad el panorama.

No hay peor ciego que el que no quiere ver. En el pecado se llevará la penitencia. En septiembre el PRI degustará nuevamente el sabor de la derrota.