¿Realmente estamos blindados?

Por J. Enrique Olivera Arce


"La lección de 2008 es que cuanto más tarde se actúe más hay que hacer".
Robert Zoellick, Presidente del Banco Mundial

No es catastrofismo a secas ni minimizar lo que en materia de violencia criminal estamos viviendo. Hay mucho de preocupación sobre el Veracruz que heredaremos a las nuevas generaciones, cuando reflexiono sobre la necesidad de poner las barbas en remojo y prepararnos para lo que considero una menaza real a la vida económica y social de la entidad, como consecuencia de una posible recesión en nuestro vecino país del norte.

Tenemos mucha tela de donde cortar para resistir los efectos del desorden financiero que ya nos impacta, “no hay que ser catastrofista cuando lo que se requiere es optimismo, valorando lo mucho que tenemos para construir el futuro”, me dicen algunos amigos. En efecto, el potencial de Veracruz es tan amplio y diverso que sus riquezas naturales y el trabajo de su gente dan para eso y más. Sin embargo una cosa es contar con la fortaleza que nos ofrece la diversidad geoeconómica y otra, muy distinta, el que le saquemos el necesario provecho con oportunidad, inteligencia y racionalidad a favor de las mayorías. En ello estriba la diferencia para poder valorar con realismo fortalezas y debilidades, frente a un proceso global de recesión económica que lastima a los sectores más vulnerables de la población.

Y aquí cabe un paréntesis. En artículo anterior comentaba de mi percepción sobre la indiferencia de nuestra clase política frente a una amenaza que estimo posible. Las declaraciones de algunos políticos locales y líderes de opinión, son en el sentido de que lo que viene es una nueva crisis financiera que, como en el pasado reciente, se puede superar. Creo que aquí reside tanto la confusión como el desinterés que se evidencia en una llamada clase política  que privilegia la grilla electoral.

A juicio de connotados analistas internacionales, la crisis por la que atraviesa no sólo Estados Unidos de Norteamérica sino el mundo entero no es nueva. Es expresión de la profundización de un fenómeno estructural, multidimensional y multisectorial del sistema económico y social dominante, -cuyas primeras manifestaciones se dan a mediados del 2008-, y no sólo unos traspiés financieros coyunturales. Impacta y afecta primordialmente en lo económico y social, en tanto que más allá de las manifestaciones de las bolsas de valores, especulación financiera e instrumentos macroeconómicos para “blindar” la economía, la actual fase de la crisis sistémica incide en el aparato productivo, mostrándose incapaces las recetas neoliberales para sostener el libre mercado, la derrama económica y la tasa media de ganancia del capital, motor del sistema.

De darse un proceso de desaceleración de la economía norteamericana, la más poderosa del planeta, se desequilibra la relación oferta-demanda, restringiéndose el consumo y la inversión productiva a nivel global, impactando en primer término en el sector exportador de cada país. Lo que, dado nuestro nivel de dependencia en condiciones asimétricas con nuestro principal socio comercial, traería consecuencias graves en México.

Hay que ver la realidad de Veracruz con optimismo, insisten mis amigos. “Mientras nos apoyemos en la fortaleza del amplio potencial veracruzano y lo que venimos haciendo en materia de inversión y crecimiento económico, fortaleciendo el campo, generando empleos y propiciando una más amplia distribución de la riqueza producida en un combate frontal a la pobreza, estamos blindados y a ello le apuesta la actual administración pública de Veracruz que, como dice el Gobernador, ya se toman medidas para remontar un posible impacto de la crisis”. Pensar diferente, me dicen, es catastrofismo sin sustento.

No coincido con tal apreciación.

Para Veracruz estimo que el problema inmediato es de mercado. Si a nivel nacional se restringe el flujo comercial y se incrementa el desequilibrio en la balanza de pagos que se guarda con nuestro vecino del norte e incluso, con la Unión Europea y Asia, habría que esperar menor inversión productiva, volatilidad de precios de alimentos, energéticos y materias primas, cierre de empresas ineficientes y poco competitivas, merma de remesas de mexicanos en el mercado laboral norteamericano, mayor desempleo e incremento de la economía informal, abatimiento de la masa salarial, y por ende, mayor pobreza.

En ese contexto Veracruz no podría mantenerse al margen del fenómeno ni cifrar sus esperanzas en medidas cuya maduración se contempla para el mediano y largo plazo.

A lo que habría que agregar que las no tan sanas pero si vapuleadas finanzas públicas estatales se verían afectadas a la baja, como consecuencia de una menor captación fiscal y una reducción previsible de aportaciones federales. Ello necesariamente incidiría negativamente en los esfuerzos públicos por ampliar y modernizar infraestructura, promover el crecimiento económico y abatir los índices de pobreza. Afectando en todos los órdenes a la vida social y económica de Veracruz  sin que estemos preparados para modificar la actual tendencia exportadora con vistas a fortalecer el mercado interno, restringido ya de sí por el bajo nivel de ingresos de quienes tienen aún la oportunidad de contar y sostener un empleo formal remunerado y acompañado de prestaciones en seguridad social. De ahí que el blindaje que me señalan a mi juicio es ilusorio.

Lo deseable es que todo ello no pase. Que todo quede en un “pesimista catastrofismo” de quien esto escribe. Pero no podemos hacer de lado que el escenario negativo que ya se da a nivel global, obliga a la reflexión tanto en una clase política insensible y poco informada, como por la sociedad veracruzana en su conjunto, tomando en serio la amenaza latente.

¿Perderíamos algo si ponemos las barbas en remojo?