Valor para expresarse en libertad. ¿Cuál es el límite?

Por J. Enrique Olivera Arce

Mientras no escriba sobre el gobierno, la religión, la política, y otras instituciones, soy libre de escribir cualquier cosa.
Pierre Augustin Beaumarchais

El pasado martes, en la comida que con motivo de la conmemoración del “Día de la Libertad de Expresión”, ofreciera la revista veracruzana “Analisis Político” a sus colaboradores y amigos, el Maestro Guillermo Zúñiga Martínez al dirigir unas breves palabras a los presentes, entre otras cosas puntualizó que la libertad de expresión tiene carácter universal e inalienable y, en lo que toca al periodismo, honra a quien la ejerce con honestidad y compromiso con la sociedad a la que se sirve; requiriéndose valor en cada quien para expresar su verdad en libertad.

Reflexionando sobre las palabras vertidas por Zúñiga Martínez, pregunté al Maestro: ¿Cuál es el límite?

A lo que certeramente contestó: “No debería haber más límite para el ejercicio de la libertad de expresión en el periodismo, que lo que establece la ley. En cuanto al valor requerido, el límite es personal y queda sujeto a lo que a cada quien dicte su conciencia y compromiso en el desempeño de la profesión”; ejemplarizando con algunos casos en los que en los Estados Unidos de Norteamérica, destacados periodistas han puesto contra la pared a su gobierno.

Teóricamente, inobjetable la respuesta. Sin embargo, la interrogante que le formulara al Maestro, me queda en el aire, puesto que en términos prácticos, a mi juicio el límite para un sano y deseable ejercicio de la libertad de expresión en el periodismo, objetivamente no depende ni de la ley,  ni individualmente de la conciencia de cada quién salvo contadas y honrosas excepciones que efectivamente honran a la profesión.

Ello en el desafortunado contexto dentro del cual se da el periodismo en nuestro país;  atendiéndose, por un lado, a la amenaza de la violencia desatada del crimen organizado y, por el otro, a presiones autoritarias y represivas en los tres órdenes de gobierno, o bien, al interés de los poderes fácticos en atención a su rol hegemónico y necesidades de autodefensa sistémica.

 Marco que condiciona el libre ejercicio de la libertad de expresión, lo mismo a propietarios de medios de comunicación que a redactores, reporteros y comentaristas, poniendo a prueba el valor individual de quien o quienes obligadamente ponen en la balanza la integridad física de su persona y la de sus familiares cercanos, y el expresar su verdad con honestidad y compromiso.

Eso en términos generales. En lo específico, no podemos hacer de lado que en el ejercicio de la profesión el límite real lo ponen, objetivamente, la mayoría de los empresarios y dueños de los medios de comunicación, atendiendo a lo que es “económicamente correcto”, en tanto que, los gobiernos dicen respetar y proteger la libertad de expresión, sin más límite que lo que consideran “políticamente correcto”.

Estas reflexiones vienen al caso al recibir en mi buzón un escrito, tendenciosamente anónimo y doloso, en el que haciéndose coincidir con la “celebración del “Día de la Libertad de Expresión” en Veracruz, narra a detalle la gravedad de las condiciones clínicas por las que atraviesa el compañero periodista Carlos de Jesús Rodríguez, tras la brutal golpiza que se le propinara al interior del centro penitenciario de Pacho; hecho ocurrido entre el día de su detención y su salida del penal con libertad bajo caución.

Nada nuevo salvo el dolo implícito y explícito del texto. La noticia de lo acaecido corrió como pólvora entre los círculos políticos y periodísticos minutos después de que el periodista y propietario del portal de internet “Gobernantes.com”, fuera entregado a sus familiares y abogados  en la puerta del penal en condiciones tales, que se temió por su vida. Y sin embargo, todos en su momento guardamos silencio.

Los medios callaron. Lo mismo sucedió en quienes cotidianamente compartían el pan y la sal en la mesa del periodista, que con aquellos que en algún momento difícil generosamente nos extendiera la mano. El silencio fue unánime. Los medios que se dieran gusto exhibiéndole como delincuente tras el altercado y presunta agresión a una dama, motivo de su detención, no dedicaron una sola línea al vergonzoso e inhumano suceso, dejando a su suerte a Carlos de Jesús, no obstante que en Gobernantes.com se diera cuenta de manera sucinta de la gravedad de su estado de salud.

Nadie pidió a medios y articulistas señalar presuntos culpables del brutal atentado contra un compañero periodista, que representara amenaza alguna de represalias. Bastaba con cumplir con la tarea de informar a sus lectores de un hecho execrable. Lo menos que se podía esperar fue una muestra de solidaridad y compañerismo, lo que no se dio.

¿Por qué el silencio cómplice?

¿Dónde quedó el valor y compromiso para con la sociedad? Callando ante el vergonzoso episodio que pusiera al borde de la muerte al periodista Carlos de Jesús Rodríguez.

Quizá me equivoque, pero, a mi juicio, el silencio se hizo patente por no existir respuesta válida a la interrogante que le formulara al Maestro Zúñiga: ¿Cuál es el límite?

La conciencia y el valor personal y colectivo para expresarse en libertad, se desmoronó en Veracruz ante la amenaza de la  incertidumbre ante lo desconocido.