El discurso. Entre la realidad y la utopía


Por J. Enrique Olivera Arce


Cumplir con el requisito legal de contar con Planes Estatal y Municipales es una cosa, machacar sobre la bondad de una panacea transformadora de la realidad es otra. Lo primero se acepta ya que el Congreso local de Veracruz no tiene objeción en su alcance y contenidos ni la voluntad popular tiene vela en el entierro, en tanto que lo segundo a mi juicio es cuestionable en tanto se ofende la inteligencia de los veracruzanos. 

Respecto al contenido del Plan Veracruzano de Desarrollo y las críticas que generara, como “contreras” fijé mi postura una vez que fue aprobado el documento por la diputación local veracruzana. No porque considere  que el Congreso local cumpla realmente con el principio de representatividad soberana que le confiere el voto de los electores, sino porque los veracruzanos lo aceptan así, sin el menor reclamo. Debiendo respetarse esto último. 

Pero de ahí a aceptar sin más que por ministerio de ley o por ser “políticamente correcto” el que se deba creer a pie juntillas en lo expresado en un discurso machacón, que cotidianamente en cualquier foro a modo, atribuye al Plan Veracruzano la virtud de varita mágica capaz de transformar la realidad de la entidad en seis años de gobierno, hay mucho trecho. 

El gobernador Duarte de Ochoa se ha hecho acreedor a un bien merecido beneficio de la duda por sus atributos de hombre preparado, bien intencionado y en proceso de adquirir experiencia tanto en las lides políticas como en el complejo arte de gobernar. Hoy, a cuatro meses de iniciado su mandato, esta obligado a hacer lo propio con sus gobernados, concediéndonos el beneficio de la duda por cuanto a sus buenos propósitos estampados en el instrumento rector de su gobierno para el sexenio 2011-2016 y reiterada y machaconamente expresados en cuanta oportunidad se le presenta. 

Sin ánimo destructivo, sin más afán que contribuir a que nuestra aldeana clase política ponga los pies sobre la tierra, respetando cuando menos las formas, ya que de antemano está descalificada para merecer respeto en cuanto al contenido intrínseco de su actuación como interprete de las aspiraciones ciudadanas, insistiré en que no es posible seguir engañando a los veracruzanos con medias verdades y medias mentiras, bajo el supuesto de que, a diferencia del pasado inmediato, hoy si contamos con una lámpara  maravillosa cuyo genio puede cumplir a capricho con nuestros deseos más íntimos de búsqueda de progreso y bienestar. 


Con todo respeto gobernador Duarte de Ochoa: 

 El rezago estructural que acusa la entidad que gobierna no se resuelve con ningún plan, programa sexenal de gobierno, o por decreto, en tanto la población en su conjunto no esté dispuesta a imprimir los cambios necesarios y suficientes para transformar una realidad que abruma no sólo a Veracruz sino al país entero. En tanto ello no se de, con conciencia plena de la necesidad de cambio actuando en consecuencia para transformarle, Veracruz seguirá sumido en el atraso bajo el impulso del peso inercial del subdesarrollo y la corrupción, conformándose con el manido gatopardismo que únicamente conduce al estancamiento y marcha atrás en crecimiento económico y desarrollo.  

Ningún presupuesto manejado con honestidad y transparencia, que asegure finanzas sanas gubernamentales, ahorro en el gasto corriente y mayores volúmenes de inversión pública, substituye toma de conciencia colectiva y quehacer cotidiano de la sociedad. Podrá ser estímulo válido, generando condiciones infraestructurales que coadyuven en el crecimiento económico de la entidad e incluso, paliativo para aliviar en la coyuntura condiciones extremas de vulnerabilidad en aquellos sectores de la población más desprotegidos, como podrían ser los pueblos indígenas o el 40 por ciento de veracruzanos en situación de pobreza, pero hasta ahí.  

En tanto el país en su conjunto no modifique el rumbo y se proponga instrumentar un nuevo modelo de desarrollo incluyente y con visión de futuro, que le aleje del neoliberalismo agotado, ningún genio o varita mágica en nuestra aldea podrá transformar en el corto plazo la penosa realidad que enfrentamos. De ahí que su discurso, más que concitar a la construcción de ciudadanía, unidad y trabajo, sólo quede en el imaginario popular como una expresión más de pedestre propaganda electorera con vías a lo que viene en el 2012. Dudándose de la factibilidad de las estrategias que agita como bandera para justificar la bondad del proyecto “Veracruz próspero”, como en su momento se agitara la bandera priísta de “la fidelidad con Veracruz” por un gobierno retrógrada y corrupto que sólo propició estancamiento y atraso. 

La honestidad de un gobierno no sólo radica en cuidar el buen manejo de las finanzas públicas y que nadie le meta mano al erario en provecho propio. Eso es relevante, pero no substituye a la honestidad intelectual que exige el reconocer, con humildad y buen juicio, que la siempre necia realidad supera nuestras fortalezas y posibilidad de transformarle por decreto. No reconocer nuestras debilidades es engañarnos a nosotros mismos y, en su caso, como conductor de la vida política, económica y social de Veracruz, es engañar al pueblo que en usted confía.  

Perseguir utopías en política es válido y necesario. Es en la utopía que se sustenta la ideología que uniforma pensamiento y mueve voluntades al interior de los partidos políticos y de la cual, por cierto, hoy día se carece en nuestro sistema de partidos en México.  

Para quien gobierna para todos por mandato popular, es la razón de Estado con los pies en la tierra y de frente a la realidad, y no la utopía con que se sueña, la que debe regir todos y cada uno de sus actos. 

Vale la pena reflexionar sobre ello.