La inseguridad también se llama
chikungunya
J. Enrique Olivera Arce
La
solidaridad nos hermana. Con reconocimiento y afecto para Aurelio Contreras
Moreno. Un periodista más sufriendo los embates de lo absurdo.
Caray, en todos se cuecen habas y la sensación de inseguridad es la
constante.
Si no es por una cosa es por
otra que la sociedad no está tranquila, aunque hay de inseguridad a
inseguridad, pues lo mismo tiene que ver con corrupción e impunidad y violencia
desatada sea por un fenómeno natural catastrófico, o de criminalidad
consecuencia del deterioro lo mismo del tejido social que del estado de
derecho, que la que provoca en el ánimo
de la gente un salario que no alcanza para maldita la cosa , el no tener lo
suficiente para atender la salud y educación de los hijos o el pago de la
hipoteca.
Sea cual fuere la causa, motivo o razón, la sensación de inseguridad o
su materialización, se hace presente en todos lados y sin distingo de estrato
social, militancia partidista, o lugar de residencia; haciéndose acompañar por
la terca incertidumbre del no saber a ciencia cierta que nos depara el mañana,
cercano o lejano pero siempre incierto y azaroso.
Como carga no deseada y de la cual no podemos desprendernos, guarda
estrecha relación con el cómo y a que grado se percibe; cómo nos afecta en lo
individual y colectivo, o bien, como pretendemos ignorarla para hacernos menos
pesada la existencia.
Pareciera que como muchas otras cosas que no alcanzamos a entender del
todo, lo más cómodo es aceptar que la inseguridad es permanente compañera de
camino de la naturaleza humana. Nada es seguro, todo es incierto y vencer la
percepción o sensación de inseguridad es el pan nuestro de cada día. Enfrentarla
y atemperarle es el reto y tarea cotidiana.
Toda esta verborrea viene a cuento mientras leo, por un lado, que en
Veracruz o en Tamaulipas la percepción
de inseguridad frente a la violencia criminal, venga de donde venga y sea cual
fuere su grado o intensidad, cobra prioridad en la jerarquización de
preocupaciones de la gente. De esta percepción se alimenta lo mismo el discurso
oficial que el río de tinta que vuelcan los medios de comunicación para estar
en sintonía con las audiencias. Nada pareciera ser más importante que la
amenaza desquiciante directa o indirecta de ser víctima de una violencia
desbordada en la que hombres y mujeres de a pie se ven reducidos a “daño
colateral”.
En tanto que, en otras latitudes, como es el caso de la sociedad
yucateca, en el imaginario colectivo la amenaza que genera inseguridad, es
aquella que atentando contra la salud de
las personas, gira en torno al piquete de un mosquito infectado y trasmisor del
dengue o más grave, de la fiebre chikungunya. Esta amenaza toca todos los
hogares, pobres o ricos, ocupa un lugar privilegiado en los medios de
comunicación, y es motivo de preocupación lo mismo en autoridades y partidos
políticos, que entre empresarios y
académicos.
Nada hoy día inquieta más a los yucatecos y a los que sin ser nacidos
en estas tierras peninsulares radican en esta entidad federativa, que ser una víctima más de la chikungunya. De
ese tamaño es la paranoia colectiva y de ese tamaño es la capacidad para
minimizar o ignorar amenazas de otra índole, que las hay.
Luego todo es relativo y, en este mosaico plural y diverso que es
México, como en la Viña del Señor, hay de todo, todo cabe, y todo es posible.
Si no es el piquete de un mosquito otra cosa será, pero la inseguridad al igual
que la corrupción impune, está presente y nos iguala alimentando nuestros
miedos.
Hojas que se lleva el viento
Tal es nuestro estado de sumisión frente a un régimen político que nos
mantiene secuestrados, que ante la catástrofe de un gobierno fallido como el de
Veracruz, la sociedad espera que sea el gobierno federal el que venga al
rescate poniendo a Javier Duarte a buen recaudo. El gobernante y sus marionetas
lo saben y en consecuencia actúan como actúan, burlándose lo mismo de las
instituciones republicanas que de la voluntad mayoritaria de una población que,
en su descontento y hartazgo, es incapaz de hacer valer el papel que la
democracia representativa le asigna como mandante. Que pena. Así, no tiene ningún sentido la
queja, la crítica o la denuncia, si como pueblo no estamos dispuestos a
considerarnos ciudadanos y actuar
responsablemente tomando al toro por los cuernos.
-ooo-
De lo que podemos estar seguros y no hay indicios de que las cosas sean
diferentes, es que en Veracruz el proceso sucesorio que desembocará en la elección
para dos años del sucesor del Sr. Duarte de Ochoa, se descarriló en medio del
pantano, reduciéndose a un pedestre pleito callejero en el que de todo se vale.
Ofreciendo la vida política en la entidad, a propios y extraños, nauseabundo escenario en torno al cual
gravita lo mismo la crisis económica, el creciente deterioro social o las
finanzas públicas quebradas de un gobierno inconsecuente y fallido. En este
marco, quien parece llevar la peor parte es el partido en el gobierno,
habiéndose fracturado y derrumbado gracias a los buenos oficios del gobernador,
lo ganado por los senadores tricolores en su proselitismo adelantado, quedó
atrás, reducido a frases hechas, falsas denuncias y afán desmedido por decir lo
que los veracruzanos lastimados y ofendidos, quieren escuchar. La idea de
rescate de una entidad federativa siniestrada, es letra muerta y, frente a
Yunes Zorrilla y Yunes landa, Juan de los Palotes en medio del desmadre
generalizado se siente con tamaños para contender por la minigubernatura. Facil,
sólo hay que subir al ring de barriada y entrarle al intercambio de mordidas y
piquetes de ojos.
-ooo-
Ciego e insensible a todo lo largo de su vida pública, Javier Duarte de
Ochoa pareciera estar despidiéndose de los veracruzanos, haciendo público su
“legado histórico”.
Sin tener la menor idea de lo que sucede en su entorno y el mal que con
su pésimo desempeño causara a Veracruz, el aún gobernador evidencia que el
revoloteo de mariposas en su cerebro ya no le permite el afrontar su mandato
con lucidez y responsabilidad. Sólo en un estado grave de insanía mental es
posible afirmar que la administración pública veracruzana en los tiempos que
corren es sólida y confiable. Y que ello constituye el legado que se deja a las
nuevas generaciones.
Triunfalismo sin sustento en medio del desorden administrativo,
endeudamiento que raya en el absurdo y corrupción impune, ha sido la constante
del paso de Javier Duarte en el servicio público. Así lo registra la realidad
real y así quedará inscrito en la historia de Veracruz. Este es el legado que
los veracruzanos perciben, dejará el mandatario cuando de manera pública y
expresa en amplios círculos de la sociedad se exige renuncie y deje el paso
libre a un proceso sucesorio lo más pacífico y constructivo posible.
Cd. Caucel, Yuc., octubre 14 de 2015.
<< Home