Por
J. Enrique Olivera Arce
La sociedad humana con
una indiferencia que pone en duda su propia naturaleza, asiste como espectador
de piedra a la amenaza del cambio climático, apostando a favor de un planeta
inhabitable para las generaciones venideras.
Unos por comisión,
otros por omisión, uno a uno todos los seres humanos contribuimos con el sueño
de la modernidad a a costa del ecocidio. Nadie está exento de responsabilidad,
lo mismo Estados que gobiernos que la llamada sociedad civil y, en el seno de
estas entidades, el uno por ciento de la humanidad que detenta el poder real,
acumulando y concentrando riqueza a un costo demasiado alto para todos.
El desgarre de
vestiduras y manifestaciones populares aisladas, no hace mella en el patrón
hegemónico dominante de una sociedad que, paradigmáticamente, encuentra la
felicidad en el tener para ser. Destruyendo el futuro en aras de un presente en
el que acumular bienes materiales es la razón última de la vida humana, lo
mismo para quienes no tienen nada que para aquellos que teniendo todo, quieren
más. Unos y otros, contribuyendo, cerrando el círculo perverso del imperativo
categórico que nos hemos impuesto, justificar con la sinrazón la razón de
nuestro efímero paso por el planeta que generosamente nos acoge.
No hay vuelta atrás. El
cambio climático ya no es especulación ni amenaza tremendista visualizada por
la academia, está presente y actuando por sobre todas las cosas. La naturaleza
cobrando caóticamente la factura, reconstruyendo el equilibrio perdido;
manifestándose hostil para la vida humana así como esta ha sido hostil al
planeta entero. Hoy, el hombre cosecha lo que sembró en un esfuerzo inaudito
por poner a la naturaleza al servicio de sus aviesos fines.
Y en este inédito
escenario, la previsión humana frente al cambio climático y sus secuelas
presentes y futuras, no pasa del discurso, buenas intenciones y acuerdos
internacionales, a los que se opone y domina pragmáticamente la irracionalidad
del utilitarismo de un sistema de vida que, en lo económico y social, tiene por
motor el privilegio de la acumulación y concentración de riqueza por sobre
cualquier otra cosa; aberración que se justifica con la política a todos los
niveles, vendiendo esta la idea de búsqueda del bien común en el principio y
fin del arco iris; cual can daltónico en cuya naturaleza no está la percepción
de los colores, el hombre transita a ciegas encontrando la felicidad en su
propia destrucción destruyendo la vida del planeta.
Así como en este marco
se ubican los propósitos y objetivos últimos de la educación, la ciencia y la
tecnología, en una absurda competencia que divide a la sociedad en ganadores y
perdedores, igualándoles en la espiral del individualismo y el consumismo, así
como condicionando desarrollo y bienestar de la gran familia humana,
sujetándole a los intereses del 1 por ciento de la población mundial.
Saqueo y depredación de
recursos naturales limitados y explotación del hombre por el hombre, en nombre
de crecimiento y desarrollo para los menos es el paradigma dominante. El futuro
del planeta y los seres vivos que le habitan, no cuentan en el presente como no
han contado en el pasado.
Por eso es de llamar la
atención que algunos tan bien intencionados como ingenuos, atribuyan a la
educación propiedades liberadoras que no tiene, en tanto está diseñada,
organizada y administrada respondiendo a favor de propósitos sistémicos y no en
contra de estos, como es el caso también de la ciencia y la tecnología cuyos
impresionantes avances se prueban en el exterminio masivo de poblaciones
enteras.
¿Qué estudiar, para qué
y para quién? En esta irracional realidad contra natura es lo que deberíamos
preguntarnos antes de hacer del conocimiento acumulado panacea.
¿Estamos dispuestos a
contribuir a propósitos y objetivos sistémicos o a transitar en sentido
contrario a éstos. En la respuesta a esta interrogante a mi juicio debería
sustentarse eso que se da por llamar cultura política, así como la
conceptualización de izquierda o derecha en el espectro político de una
democracia sin etiquetas.
Estamos a favor del alivio
al planeta y liberación de la raza humana, asumiendo este compromiso como forma
de vida, o estamos en contra. Sin tener clara la respuesta la vida misma pierde
sentido, la razón última del ser y deber ser se pierde en la marginalidad de un
esteril paso en lo transitorio de la existencia, dejando como única huella
trascendente una herida más en la faz de una tierra que hoy en un proceso
irreversible se revuelve contra lo humano.
Hojas que se lleva el
viento.
En una manifestación
más de simulación, los dueños de las canicas condicionan la participación de
los “adelantados” en los procesos electorales. La Suprema Corte de Justicia de
la Nación (SCJN) ratificó un criterio general para garantizar la equidad en las
contiendas electorales: los aspirantes no pueden “destaparse” o promover sus
proyectos en los medios. Si tanta belleza fuera verdad, en Veracruz la clase
política desaparecería a los ojos de la ciudadanía y la prensa falleciendo de
inanición, tendría que escribir su propio epitafio.
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