La sombra. Ni perdón ni olvido

Por J. Enrique Olivera Arce




Es muy temprano para que las heridas cicatricen. A una semana del cambio de estafeta en la administración pública, todo parece seguir igual. Tras la parafernalia que acompañara a la entrega y recepción del Poder Ejecutivo, las aguas se asientan pero no se aclaran. Es más lo que la gente desea, o deseara, que lo que ofrece el futuro cercano. La sombra del que se fue, es solo eso, sombra, pero la inercia de lo que sembrara cubre tenue viso de esperanza.

El dolor del agravio no cede, antes al contrario, tiende a profundizarse. Expresándose de manera diferente en la forma pero, en el fondo, permanece. Como en el amor o la guerra, unos olvidan pero no perdonan; otros, perdonan pero no olvidan. Demasiado pronto para que se escuche el llamado del Dr. Duarte al diálogo y la reconciliación y, demasiado temprano para pretender que con un llamado se recupere la unidad perdida.

El peso de la inercia se impone. No hay quien la pare. Los medios de comunicación, impresos o electrónicos, a ello contribuyen. Ríos de tinta y profusas imágenes pretendiendo privar de vestidura propia al recien ungido, cotidianamente bombardean a la opinión pública. Claman por el olvido de quien ya no está, batiendo palmas por el recien llegado, mientras el tiradero heredado resulta mayor de lo previsto.

Lo que no es de tu año, no es de tu daño, es el mensaje mediático. Arcas vacías problema del que sale, esperanza de prosperidad para el que llega. Se apresura el retiro del rojo sangre del rey sol, trocándose por multicolor arco iris que promete el encuentro con el Vellocino de oro. El Veracruz late con fuerza se substituye con el Veracruz próspero, acompañado con el boato cortesano y el mismo dispendio en propaganda, que hace recordar el pasado inmediato. Nadie ni nada frena la inercia. Nadie hace nada por sanar las heridas.

En el inter, la gente común, la que vive o sobrevive al día gracias a su esfuerzo cotidiano, sólo mueve la cabeza, desaprobando lo que ve y escucha, en tanto hace lo imposible por estirar sus magros ingresos para, cuando menos, tener oportunidad de ver reunida a la familia en torno a modesta mesa navideña; aportando, lo poco que tintinea en el bolsillo, a una mayor concentración de la riqueza de unos cuantos que, apoyados en la cultura del consumismo por estos impuesta, hacen del aguinaldo del pobre su agosto de fin de año.

El objetivo, terminar con marginación y pobreza en Veracruz, dilapidando recursos a burla suena, en voz de quien teniéndolo todo, quiere más. Prosperidad es falacia, cuando la meta explícita es terminar con desigualdad y pobreza.

Un estado próspero no requiere de combatir la marginación, como tampoco el pobre aspira a prosperidad, se conforma con justicia y equidad.

Concluyó el sexenio. Concluye el año, y el dolor del agravio, con la herida aún abierta a flor de piel, lo sufre un pueblo empobrecido y engañado que aún no decide escuchar a Javier Duarte de Ochoa, en su tempranero llamado.

Nada cambia aún. Todo sigue igual. Lo mismo de siempre. Con las primeras luces del amanecer se podrá confirmar que se tendrá más de lo mismo, o abrigar tenue esperanza de deseos nunca cumplidos.

Esperemos con espíritu decembrino que ante nuestros ojos, el sol en el horizonte brille a plenitud.

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