Dejemos a Fidel en paz, lo que viene es lo que importa

Por J. Enrique Olivera Arce





Toda etapa de nuestra vida tiene un principio y un fin, así como, en el tránsito entre uno y otro, una finalidad construida con propósitos, objetivos y metas por alcanzar, materializándose en cada una de las acciones en el espacio y en el tiempo en que les llevamos a cabo. Siendo estas últimas las que definirán cercanía o lejanía entre lo subjetivo de nuestros sueños y la objetividad expresada en hechos concretos, marcando por siempre tanto congruencia como el valor intrínseco de la etapa vivida.

Nada es al azar, o fruto de un destino que no está en nuestras manos controlar. Cada etapa está determinada por nuestra propia circunstancia y la manera de encararla en un entorno socio-histórico dinámico, multidimensional, interdependiente, que pesa y determina el sino de cada quién. Lo que para unos es bueno y favorable, en este escenario vital, para otros es negativo y desastroso, siempre dependiendo del proyecto de vida que pretendamos construir, dentro del marco permisible de la relatividad circunstancial.

Aquella clásica frase de José Ingenieros, en la que se afirma que “el hombre es el arquitecto de su propio destino”, a mi modesto entender carece de valor. Si esto así fuera, el mundo no sería lo que es. Nadie aceptaría tener como destino ser esclavo, ni trabajaría para lograrlo y, sin embargo, serlo de por vida es fruto de una circunstancia dada, en el momento y en el lugar preciso, que ni en el más lúcido de sus sueños imaginara.

Es la sociedad en su conjunto, su sistema económico y social dominante, lo que nos hace ser o no ser lo deseable; tener o no tener lo indispensable; ser dueño de vidas y haciendas o humilde siervo. Paradójicamente, la sociedad es así mismo, fruto de la acción colectiva de cada hombre, protagonista intrínseco y al mismo tiempo, ajeno a los avatares de un presunto destino que la vida le depara a cada quien.

En medio de estas ideas sueltas, no necesariamente sustentadas en teoría alguna, prefiero dejar al tiempo el juzgar si la etapa que le tocara vivir al Mtro. Fidel Herrera Beltrán en su paso circunstancial por la gubernatura de Veracruz, fue buena, mala o regular, para su persona, familiares cercanos y para la gran mayoría de los veracruzanos por él gobernados. Ésta tuvo un principio y un fin, al que ahora arriba, así como una intencionalidad, con propósitos, objetivos y metas por alcanzar, que a no dudarlo, sólo en su mente han tenido cabida.

Su origen, formación y proyecto de vida, en un mundo convulsionado y en crisis económica sistémica; un México sin rumbo, sin brújula y sin punto cierto de arribo, y en ininterrumpido retroceso económico y moral, marcó de manera indeleble su personal circunstancia en los últimos seis años de su vida Sus acciones, modo personal de gobernar, virtudes y defectos, reflejadas en la vida cotidiana de la sociedad veracruzana, rinden aquellos frutos hoy reconocidos. Pero también hay que aceptar que a su siembra también contribuimos todos.

Entre los considerados “vacas sagradas” del periodismo en Veracruz, hoy, cuando el Mtro. Herrera Beltrán ya está de salida, no se duda en juzgar al gobernante, lo mismo por los opacos resultados de su gestión que por el inimaginable endeudamiento que su administración hereda a su sucesor, pero, ¿cuantos de ellos, con oportunidad, lejos de halagarle, algunas ocasiones hasta la ignominia, le señalaran sus errores o le invitaran a modificar conducta y estilo personal de gobernar para bien de Veracruz? La circunstancia y no necesariamente necesidad y destino de los hoy críticos escribidores, les orillaron a la sumisión y a la pérdida de dignidad, a cambio de un peso o una prebenda. Así es de relativa la existencia humana.

¿Fue el destino de Fidel Herrera Beltrán entregarnos malas cuentas? ¿O el destino de Veracruz el recibirlas? Permítanme dudarlo.

Si el hubiera existiera, quizá otro personaje pudo gobernar mejor, pero el hubiera no existe. La circunstancia que le tocara en suerte a Fidel marcar su etapa vital de gobernarnos, marcó también la circunstancia por la que todos atravesamos y de la cual nadie está en condiciones de escapar. Si en realidad individualmente cada uno de nosotros fuera arquitecto del destino propio, todos, sin excepción seríamos pésimos arquitectos, incapaces de cambiar o modificar cuantitativa y cualitativamente el mundo en el que todos interactuamos en mayor o menor medida; hubiéramos podido ser tanto mejores ciudadanos como exigentes mandantes, cuidando entre todos la buena marcha de Veracruz.

Partiendo de estas ideas sueltas, considero que, a mi juicio, ya es hora de dejar en paz al Mtro. Herrera Beltrán. Su etapa vivida como gobernador de Veracruz, culmina en unos días y, si su pretensión es continuar en la política, con un nuevo proyecto en mente, es su rollo, legítimo y respetable. En su momento se verá si los veracruzanos estamos dispuestos a sumarnos o a dejarle solo con sus sueños y renovados propósitos.
Por lo que a mi respecta, he sido crítico obstinado y tenaz a lo largo de más de cinco años, no del hombre sino del gobernante y las políticas públicas emanadas de su obcecación, triunfalismo sin sustento, proclividad al exceso mediático de su imagen propia y de Veracruz y, sin duda, de su pésimo concepto de administración de la cosa pública.

Sin embargo, nunca me he alejado de la convicción de que ha gobernado en el medio de una de las crisis más agudas que nos ha tocado en suerte vivir y que, en el mundo entero, no se encuentra la respuesta más idónea, racional y humanista para superarle.

Disentí ideológicamente con su manera de ver un mundo en profunda crisis y de como enfrentar su circunstancia como responsable de la conducción de la vida económica, social y política de los veracruzanos todos. Nunca lo consideré adversario, tampoco tuve la oportunidad de ser su amigo.

“Viví en el error y mi actuación fue política y profesionalmente incorrecta”, fue la tónica de la crítica que recibiera cotidianamente, incluso de aquellos que considero mis mejores amigos. No me arrepiento en tanto traté de ser congruente con mi manera de pensar y de expresarlo.

No obstante, debo reconocerle al aún gobernador, su respeto irrestricto, sin cortapisas, a mi libertad personal de expresar públicamente, con el talante crítico que me caracteriza, lo que yo considero mi verdad sobre su administración y su estilo personal de gobernar. Nunca recibí la más mínima insinuación de “pararle” o restringir el tono de mi crítica.

Así como también, y eso lo valoro en todo lo que vale, Fidel Herrera Beltrán jamás atentó contra mi dignidad personal y el profesionalismo que me anima en mi intento por ser periodista. Nunca le pedí nada ni nada me ofreció a cambio de mi silencio o desmedida adulación. Mi dignidad quedó a salvo. Lo celebro con agradecimiento al hombre y al político que nos gobernara.

Esto último lo he sostenido siempre ante propios y extraños. La respuesta a mi vanidosa presunción, me la dio mi amigo Abdón Dorantes Ortega, cuando con toda honestidad me pidiera no ser soberbio, “Fidel ni siquiera te lee, mucho menos valora tus críticas; para él no existes”, expresó. Pero eso no cambia el sentido de mi reconocimiento personal al gobernante.

El futuro

Lo que ahora debe interesarnos es lo que sigue. El futuro que se nos echa encima no es de bonanza ni de triunfalismos falsamente sustentados en cuantiosas inversiones externas que terminan en simples espejismos, es de imaginación, visión y objetividad, buen juicio, trabajo, ahorro e inversión de todos los veracruzanos. Sí, mucho trabajo para enfrentar la crisis globalizada que aún no concluye y para la reconstrucción y recuperación de lo perdido ante los embates de la naturaleza. De ello depende salir adelante. Pero a mi modesto entender, es importante como urgente el trabajo colectivo, sí, pero tanto o más es el establecer de una vez por todas, que una cosa es Veracruz y otra, muy distinta, su administración pública ineficiente, corrupta e ineficaz.

No podemos ni debemos confundirnos al respecto, so pena de condenarnos a la inmovilidad. Entre otras muchas tareas por delante, está también en nuestras manos, hacer de la administración un aliado eficaz y al servicio de todos, y no un estorbo que nos arrastre en su caída.

El Veracruz del cual nos enorgullecemos y para el cual deseamos desarrollo y prosperidad compartida, es otra cosa. Es potencialidad en recursos naturales, envidiable ubicación geo-económica, pero sobre todo, trabajo cotidiano de su gente, sus carencias, anhelos y esperanzas, iniciativa y creatividad, que con obstáculos y tropiezos, cae, se levanta y sigue adelante. En esto se sustenta la bondad, riqueza y pujanza de Veracruz. Es en ello en lo que debemos confiar, sin sentirnos obligados a depender de gobiernos o de una clase política insensible, que lo mismo pueda, o quieran, darnos la mano o darnos las espaldas.

La carreta la jalamos y empujamos entre todos, gobierno y clase política son hoy simples usufructuarios y beneficiarios del trabajo ajeno. El que viaje cómodamente a bordo, o se bajen y compartan el esfuerzo, depende de nosotros. Tenemos que aprender a entender tal diferencia si queremos revalorarnos y darle rumbo cierto a Veracruz.