¿Adversarios políticos o enemigo a aniquilar?

Por J. Enrique Olivera Arce



Conforme se acerca el momento de definiciones concretas en la designación de candidatos a abanderar a los diferentes partidos políticos en la contienda por la gubernatura, diputaciones locales y alcaldes, la piel de nuestra clase política se torna más sensible, en especial tratándose de la corriente “Fidelidad” del priísmo veracruzano.

Es más que evidente la exacerbación del absurdo maniqueísmo que ha venido practicándose en la entidad desde que salieran a la palestra Javier Duarte de Ochoa y Miguel Ángel Yunes Linares como posibles aspirantes a suceder al Maestro Fidel Herrera Beltrán en la gubernatura; si estás a favor de uno en automático eres enemigo del otro, diluyéndose el concepto de adversario político tan propio de la vida en democracia. Tal maniqueísmo se lleva al extremo de considerarse como enemigo del gobernador a todo aquel que difiera del proyecto del diputado federal por Córdoba, de quien se afirma es “el delfín” llamado a gobernarnos.

Lo grave del asunto es que por momentos da la impresión de que es el propio Fidel y no otro el de la piel sensible ante la crítica recurrente e insidiosa de Miguel Ángel Yunes Linares, su adversario político, obligándose a responder con igual tesitura y, en consecuencia, contamina el ambiente político en perjuicio del proceso electoral, auspiciando chismes, rumores, dimes y diretes mediáticos, odios infundados y cruentas descalificaciones.

El maniqueísmo se hace extensivo al resto de los partidos nacionales con presencia en Veracruz. Perdido todo principio de civilidad, nuestra incipiente democracia se debate entre fobias, intereses encontrados de enemigos más que adversarios y un principio de guerra sucia sustentada en odio y pedestre descalificación del contrario, que provocan polarización en una sociedad que requiere y exige unidad para afrontar el cúmulo de problemas, históricos y de nuevo cuño, que acompañan a la crisis económico financiera que nos golpea.

Suspendido el diálogo entre adversarios políticos, el proceso electoral en marcha toma barruntos de una guerra despiadada en la que enemigos confrontados contemplan en la aniquilación del otro el triunfo propio; cerrándose por anticipado la posibilidad de unir esfuerzos en torno a lo que más debería preocuparnos, como es el futuro de Veracruz y lo que las nuevas generaciones esperan de un mundo globalizado en decadencia.

Si la polarización social y política derivada de la elección del 2006, diera lugar a que la crisis global tomara desprevenido y en franca indefensión a México, ya podemos imaginarnos lo que le espera a Veracruz de seguir el absurdo maniqueísmo dentro del cual se dirime la sucesión gubernamental. No es posible seguir así, por este nocivo camino. En alguien debe caber la prudencia antes de que las bajas pasiones nos desborden y ese alguien, lo reitero, debe ser el gobernador, primer responsable en la conducción de la vida política, económica y social de la entidad, quien deberá reencausar el proceso subordinando sus preferencias partidistas y gobernar para todos con justicia y equidad.

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