La sucesión. Especular es el
juego
J. Enrique Olivera Arce
En la reunión del
priísmo nacional con el presidente Peña, el mandatario se pronunció en contra
de los “adelantados”, manifestando que ““Hoy no hay espacios para proyectos
personales. No obstante que algunos se adelantan al calendario electoral de
2018, para los priistas son tiempos de trabajar.” Esto en el contexto de
la sucesión presidencial y en la necesidad de que se mantenga la unidad
partidista en torno a las tareas que exige el aterrizar las llamadas reformas
estructurales, pero también con el objetivo de recuperar en un esfuerzo
concentrado, credibilidad y confianza en la acción de gobierno.
Para el caso de
Veracruz, el contexto dentro del cual se da la sucesión del titular del
ejecutivo es otro, respondiendo a tiempos electorales diferentes. Y aunque
guarda relación con el proceso electoral del 2018, la elección del 2016 en la
entidad atiende a circunstancias coyunturales locales muy específicas en las que pareciera no cabe el llamado
presidencial a frenar aspiraciones tempraneras, dejando en libertad al
gobernador Duarte de Ochoa de diseñar y operar sus propias estrategias para
lograr una sucesión afín a intereses y propósitos del gobierno estatal y del propio
partido gobernante.
Pienso que el Sr.
Duarte así lo entiende y esta es a mi juicio la razón por la que, lejos de
frenar aspiraciones tempranas, las auspicia y alienta, incluso en aquellos
aspirantes ajenos al PRI para dar a los veracruzanos un mayor número de opciones
electorales siguiendo la tónica de la reciente elección de diputados federales.
Y, por lo que al PRI toca en lo específico, el que a mayor número de aspirantes
más rico sea el rejuego en un proceso de selección en el que el más apto y más
competido pueda ser el elegido como candidato a la gubernatura.
Decir que esta
estrategia en lo local se contradice con el llamado presidencial, ya que lejos
de fortalecer unidad genera dispersión, polarización y fuego amigo al interior
del priísmo estatal, considero no es procedente; el PRI de antemano se sabe
nunca está unido en las preliminares y cierra filas en las definitivas. A más
de que también es público y sabido que en la coyuntura actual lo que menos
priva en el partido tricolor es la unidad en torno al gobierno duartista. Luego
lo que cabe es manos libres para todos los aspirantes aunque el piso de
despegue sea diferenciado, más como
distractor que como hándicap electoral.
Y en esas estamos,
muchos son los llamados y uno solo será el escogido. El más audaz, el más
preparado, el más competitivo, y el que mayores amarres tenga y consolide en el
inevitable padrinazgo oficial y extraoficial.
Hay luz verde pues
desde palacio, y la estampida de los
búfalos se deja sentir con toda intensidad lo mismo en las cuadras priístas que
en las de sus opositores. De aquí para adelante el que tenga más saliva tragará
más pinole, sin perder de vista que no necesariamente el elegido será el que
mayores y mejores atributos acumule, sino el que sea congruente con la
estrategia trasexenal y modelo de país no del gobernador, sino del señor de las reformas estructurales
que despacha en Los Pinos.
Y aquí es donde
habría que poner atención en lo que se debe entender por más audaz, más capaz, más
preparado y más competitivo, y a quién corresponde el calificar tales virtudes.
Querámoslo o no, el llamado presidencial en el contexto del 2018, cobra
entonces vigencia para el 2016 en una entidad que destaca por contar con la
tercera fuerza electoral del país.
Para los intereses
concretos de hombres y mujeres de a pie –si es que a estos pudiera
interesarles-, el bombardeo mediático, el baño de pueblo y la parafernalia a la
vieja usanza no es necesariamente la señal de quién podría ser el próximo
gobernador, sino que ésta surgiría de la temática, contenido y énfasis del
discurso proselitista. Lo que está en juego es la continuidad y consolidación
del proyecto neoliberal del Sr. Peña y, a la búsqueda de este objetivo tendrán
que avocarse todos y cada uno de los gobernadores vigentes en el 2018. Qué o no
convenga a México es otro cantar.
Entre la pléyade de
aspirantes los hay de diferentes tamaños y, de entre estos, los de mayor estatura
indudablemente ninguno milita en la cuadra duartista aunque así se quiera
aparentar. Mucho menos el que la mayoría este a la altura del objetivo de Peña
Nieto para el 2018. Luego, sin mayor esfuerzo, debe entenderse que las
posibilidades al interior del PRI apuntan a los
senadores Yunes Zorrilla y Yunes Linares y, quizá, en los terrenos de la oposición, al diputado
federal panista Juan Bueno Torio si consideramos los servicios que éste ha
prestado en el terreno de los grandes temas de interés nacional, en los que el
PRI y el PAN juegan en la misma cancha.
Seguramente el
gobernador lo sabe y de ahí su presunto respaldo al senador Héctor Yunes Landa,
como el más idoneo para conciliar los intereses locales representados por su
gobierno y los de Peña Nieto en el ámbito nacional. Como sabría seguramente
también que el senador Yunes Zorrilla sacrificaría el interés político local en
aras de la continuidad y consolidación del proyecto peñista, aún a costa de
dejar mal parada a la actual administración estatal como ya se observa.
Es al PRI y a su
militancia en la entidad, a quien toca en teoría decidir si se inclina por el
candidato del duartismo o por el de Peña Nieto. Lo cierto es que más allá del
marco teórico, pragmáticamente el peso específico del presidencialismo siendo
mayor que los intereses creados locales, será el que diga la última palabra. El
gobernador debería saberlo y sopesarlo, así que las “manos libres” para los
aspirantes tiene un límite: no contrariarse con el proyecto peñista. Y en este
supuesto, una cosa es el discurso de dientes para afuera exaltando el quehacer
político y gubernamental del presidente y otra, muy distinta, es el compromiso
real de respaldar el proyecto neoliberal en curso. El mensaje es claro: “Hoy no hay espacios para
proyectos personales”. A los priístas y
no priístas, tocaría identificar quien es el aspirante que realmente convendría
a la cúpula priísta estatal a la hora de la definición.
Aunque no puede
olvidarse que las circunstancias responden a coyunturas concretas. Lo que es
hoy no necesariamente será mañana, pudiendo suceder imponderables no
considerados, cambiando totalmente el panorama. El tiempo y la profundización
de la crisis por la que atraviesa el mundo y México en particular, lo dirán.
Por lo pronto, para
la mayoría de la población hay asuntos más urgentes y de mayor relevancia por atender, que perder tiempo cifrando
esperanzas en una sucesión a la veracruzana que no sacará al buey de la barranca.
Hojas que se lleva el viento
Habiendo reconocido
la magnitud de la pobreza en México y su incidencia en el crecimiento, el
presidente Peña tiene ante sí el reto estructural más importante del Estado y,
por lo consiguiente, los gobernadores son corresponsables en la tarea. Para el
empresariado mexicano, el abatir el flagelo estructural requerirá de 200 años
al paso que va la economía nacional. La pregunta para quienes aspirar a
gobernar a Veracruz: ¿Cómo, en dos años que operativamente se reducen a 14
meses escasos, se revertiría la tendencia negativa?
-ooo-
Mediáticamente la
capital veracruzana se recupera de su postración gracias al buen gobierno del
alcalde Américo Zúñiga. La realidad
desmiente este optimista visión, Xalapa va de mal en peor lo mismo en
infraestructura urbana que en servicios
públicos y calidad de vida de sus habitantes. No hay inversión productiva, no
hay empleo, la economía informal crece, los
problemas de recoja de basura, vialidad y transporte público no se resuelven y en el
caso de quienes cuentan con trabajo remunerado el salario es insuficiente para
sostener una vida familiar digna. Cuestión de enfoques.
Xalapa, Ver., julio
29 de 2015
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