A temblar se ha dicho

Por J. Enrique Olivera Arce




Desde Sinaloa Calderón Hinojosa hizo un anuncio que debería ponernos a temblar. “México acumula pérdidas fiscales de entre 70 mil millones y 80 mil millones de pesos a consecuencia del incremento del precio del petróleo, en virtud de que entre 40 y 45 por ciento de las gasolinas y el diésel son de importación”, reconoció precisamente quien se ha encargado de obstaculizar todo intento por aminorar nuestra dependencia energética del exterior mediante la refinación del crudo que exportamos. La nueva refinería en Hidalgo, que tanto ruido y debate generara, no cuenta ni siquiera con la primera piedra.

Si a esta pérdida fiscal le sumamos lo que el pueblo de México paga por servicios de la deuda del Fobaproa, es lógico suponer que tales montos multimillonarios son recursos que no se destinan a infraestructura, atención al campo, pequeña y mediana industria, así como a dar respuesta pronta y eficaz a crecientes demandas sociales de la población. Razón esta, entre otras, de nuestro estancamiento y atraso.

Al déficit anunciado debería agregarse con el mismo énfasis el desequilibrio comercial entre los alimentos que producimos y los que importamos de diversas partes del mundo y que han dado lugar a la pérdida de soberanía alimentaria, no obstante los cuantiosos recursos fiscales que se otorgan en subsidios a la agricultura que concurre a los círculos comerciales, más los que se otorgan de manera indiscriminada y electorera a la subsistencia en el medio rural. Recursos de los contribuyentes que anualmente se desperdician por ausencia de políticas públicas que premien producción destinada tanto al mercado interno como al autoconsumo campesino.

Pérdida de soberanía energética y alimentaria, así como la desatención al desarrollo humano, son bombas de tiempo cuyo inminente estallido se deja al azar, en tanto se canalizan cuantiosos y crecientes recursos fiscales en una tan inútil como fallida “guerra” contra una delincuencia organizada que pone cotidianamente en jaque al gobierno y al Estado-Nación. Otros países del orbe, como se observa en el mundo globalizado, por menos están caminando sobre el borde de la navaja confrontando a las autoridades con sus pueblos en un camino que no tiene retorno.

Urge no sólo sanear Pemex librándole de la pesada carga de la corrupción, impunidad y simulación, sino privilegiar el diseño y aplicación de políticas públicas que permitan el aprovechamiento racional y nacionalista de las escasas reservas de hidrocarburos con que aún contamos. Así como con la generación de energía eléctrica, ahora casi en su totalidad en manos de empresas extranjeras cuyas utilidades se concentran en sus matrices en el exterior, descapitalizando a México.

Lo mismo podría decirse en materia agropecuaria. El incremento de la producción y productividad en el campo pasa por el combate a demagogia y corrupción, políticas públicas transparentes con criterios nacionalistas y una reforma agraria integral que considere con seriedad y racionalidad requerimientos alimentarios crecientes del pueblo de México, vinculada y de la mano con bienestar y desarrollo de la población rural.

El horno no está para bollos. O se actúa en consecuencia con prontitud y eficacia ó cuando menos lo esperemos, seremos noticia de primera plana en la prensa internacional, ya no por la muerte escandalosa que ronda en nuestras calles, sino por un estallido social que nadie desea.

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