O se cambia de caballo ó nos arrastra el río

Por J. Enrique Olivera Arce




Con la velocidad con la que suelen presentarse los últimos 30 días de año, las ominosas señales del deterioro general del país se suceden unas a otras sin dar tiempo a que una a una sea procesada en la mente de los lectores de noticias. Quiza una de estas señales, relevantes pero poco difundidas, sea la relativa al Presupuesto de Egresos de la Federación que deberá quedar aprobado por el pleno de la Cámara de Diputados a más tardar el próximo domingo.

Sin el ruido mediático que acompañara al proceso de discusión y aprobación de la Ley de Ingresos y Miscelánea Fiscal para el 2010, la contraparte relativa a montos y destino de la captación de recursos prevista, el jaloneo entre los diversos partidos representados en el Congreso de la Unión, contaminado por la opinión de los gobernadores y cabezas visibles de los poderes fácticos que velan por sus propios intereses, bien se guarda de reflejar ante la opinión pública que los criterios que se manejan en la conformación del presupuesto de egresos son los mismos que animaran a diputados y senadores en la aprobación de incrementos a impuestos, derechos y, por qué nó, prebendas y privilegios.

Nada que en lo sustantivo apunte, por un lado, a frenar en la coyuntura los efectos recesivos de la crisis y, por el otro, a tocar en lo más mínimo el rezago estructural que tiene sumido al país en un proceso permanente de subdesarrollo, no obstante que la sociedad en sus diversos estamentos ya se expresa de manera recurrente en que hay que hacer un alto en el camino, repensar el modelo de desarrollo e incluso, de la necesidad de construir un nuevo pacto social, más acorde con la realidad que vive México tanto en lo interno como en el contexto global.

Hasta donde la información que fluyendo veladamente lo permite, es de destacar que el presupuesto de egresos para el 2010 será un bodrio más, improvisado, fragmentado, plagado de parches a modo y ajeno a un plan predeterminado de hacia donde y como debe avanzar un país que ya se le escurre entre las manos a la clase política. Cada uno de los grandes rubros parece responder más a las necesidades y caprichos de los gobernadores y poderes fácticos, vinculados estrechamente a los requerimientos de supervivencia de la partidocracia, que a las necesidades reales y sentidas de un México que lleva a cuestas a más de la mitad de su población en condiciones de pobreza y pobreza extrema.

Una vez más seremos testigos de cómo en la balanza pesará más el capital político electoral en juego, con vistas a la elección del 2012, que los intereses trascendentes de la Nación, mientras el país sigue su curso descendente en un ya inocultable salto atrás que nos aleja cada día más de toda expectativa de crecimiento económico y desarrollo. Llamando poderosamente la atención el falso debate en el Congreso entre privilegiar gasto social para financiar programas asistencialistas (electoreros) ó rescatar infraestructura productiva, como si “desarrollo social” no fuera de la mano de crecimiento económico.

Falso debate que por cierto en su momento diera lugar a la medida de “reingeniería” en la administración pública veracruzana, que separa orgánicamente a “desarrollo” social y medio ambiente, de “desarrollo” económico y portuario, haciéndose acompañar por aparte de la atención oficial al campo y al turismo. Los desastrosos resultados de tal fracmentación están a la vista. Ni el crecimiento económico es palpable ni se puede afirmar que los programas sociales inciden en mejores condiciones de vida para la mayoría de la población; manteniéndose intactos los rezagos estructurales históricamente acumulados mientras la burocracia se multiplica, traslapándose la mayor de las veces en acciones desconcertadas y objetivos contrapuestos que a su vez confrontar a los funcionarios responsables.

Y mientras en el Congreso de la Unión se cocina un nuevo bodrio, el descontento crece, la inconformidad se expresa y desborda en las calles, el tejido social se fractura y el estado de derecho se cuestiona, dando lugar a la prevalencia de la delincuencia organizada, el uso de la fuerza estatal para dirimir diferencias y conflictos, así como la nociva tendencia al hacer justicia por propia mano. Todo ello en medio de un caldo de cultivo propiciado por el derrumbe del quehacer económico y la persistencia en mantener el rumbo equivocado.

Después de la rechifla masiva a Felipe Calderón Hinojosa en La Laguna, todo discurso triunfalista ya no tiene cabida. O se cambia de caballo o nos arrastra el río.

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