Dante Delgado, exceso de confianza frente a una realidad adversa

Por J. Enrique Olivera Arce




Lo que se diga o suceda al interior de los partidos políticos en sus procesos internos para designar a sus precandidatos y candidatos a cargos de elección popular, debería ser tema de la exclusiva incumbencia de militantes y simpatizantes de cada uno de los institutos políticos, con apego a las formas y tiempos preestablecidos en la legislación electoral vigente. Sin embargo, la realidad, indica que no es así; en clara violación al mandato de la ley y al más elemental sentido común, tanto partidos políticos como aspirantes, en nuestro caso a gobernador, diputados locales y alcaldes, hacen de los procesos internos tema extensivo y de manera abierta a toda la población, involucrando a esta de manera anticipada en dispendiosas campañas de proselitismo partidista. O la ley no es clara y contundente, nació muerta ó los órganos electorales encargados de velar por su cabal cumplimiento no cumplen en lo absoluto con su cometido.

Si esto último es así, la anarquía y no el estado de derecho es lo que rige en el proceso electoral en marcha, abonando el clima de guerra sucia entre partidos políticos y aspirantes en la que, por todos los medios a su alcance, pretenden involucrar a toda la sociedad, contribuyendo al deterioro del tejido social y a la involución de nuestra ya de sí incipiente democracia.

La razón es clara, más no justificable. En primera instancia los partidos políticos no cuentan con un padrón válido y actualizado de militantes y, los simpatizantes que cada uno se atribuye, constituyen una abstracción; todos podemos o no podemos simpatizar eventual y coyunturalmente con tal o cual corriente política, con un partido en particular o sus personeros, ó no simpatizar con ninguno, sin considerarnos atados a los teje manejes, acuerdos, componendas y decisiones que determinen la vida interna de éstos. Luego entonces, la población objetivo a la que deberían ir dirigidas las campañas de proselitismo en los procesos internos, es difusa, no medible ni ubicable y, de ahí la necesidad obligada de lanzar las redes de manera arbitraria.

Pero no para ahí la cosa. El trabajo de coptación, empadronamiento y adoctrinamiento que debería ser permanente en los partidos políticos, se hace al cuarto para las doce ante la necesidad de contar con el mayor número de votos duros que les aseguren el éxito en las urnas, obligándose a abrir sus procesos internos de preselección, selección y proselitismo a la totalidad de una población en principio plural.

Esto es lo que nos dice la lógica. Sin embargo, el factor determinante en todo proceso electoral en México es la corrupción, la impunidad y el desprecio a la vida democrática de las mayorías. Mantener, ganar o perder el poder por el poder mismo, se impone por sobre toda consideración de carácter ético o legal. Luego no es de extrañarse el que la legislación electoral no sea impedimento para que los partidos políticos y sus personeros alteren forma, contenido y tiempos en función de sus intereses, cuando lo importante es ganar una elección como sea y al costo que sea, sin importar en lo más mínimo lo que la sociedad piense al respecto ó lo que mandata una ley de la cual ellos fueran artífices.

La anterior reflexión viene al caso ante las declaraciones de Dante Delgado Rannauro, lider moral de Convergencia y aspirante al gobierno de Veracruz, en el sentido de que respetará lo dispuesto por la legislación electoral vigente, atendiendo a los tiempos dispuestos para pre campañas internas y campañas abiertas de proselitismo, guardándose de anticiparse como ya lo hacen otros “adelantados”.

No se si sea una bien pensada estrategia para distinguirse ante la ciudadanía como respetuoso del estado de derecho, o el senador con licencia incurre en una ingenuidad política inaceptable en un político de su capacidad y experiencia. Para cuando llegue el momento legalmente establecido de decir esta boca es mía, sus adversarios en la búsqueda de la gubernatura le llevarán meses de ventaja en una justa que iniciara con los dados cargados y preñada de impunidad y derroche de recursos humanos, financieros y materiales. Pasándose por alto la experiencia del 2004 en la que, de acuerdo con los que saben del paño, de haber iniciado campaña de proselitismo dos semanas antes, Dante Delgado hubiera salido triunfador en la contienda por la gubernatura.

Tal exceso de confianza se agiganta cuando a menos de cien días de la elección, Dante Delgado aún no cuenta con el respaldo unánime de la cúpula estatal del PRD, lastre nocivo al que de antemano la ciudadanía rechaza por sus constantes y desvergonzados cochineros, con el que habrá de cargar en la coalición de la llamada centro izquierda electoral.

El senador veracruzano con licencia está participando en un juego en el que los dueños de las canicas imponen sus propias reglas al margen de la legalidad. Pretender ignorarlas o contravenirlas en nombre del estado de derecho, congruencia, y posibilidad de que la participación ciudadana conscientemente le acompañe y apoye con su voto en las urnas, le honra pero al mismo tiempo lo descalifica como jugador competitivo. Lo deseable, por salud social y política, sería que sus aspiraciones se concreten y alcance a gobernar nuevamente a Veracruz, sin embargo o adecua su estrategia a la realidad política prevaleciente, ajustando sus tiempos y apretando el paso con acciones eficaces y colaboradores idóneos, o seremos testigos de la derrota de un proyecto novedoso sustentado en principios de democracia participativa para la cual los veracruzanos aún no estamos preparados.

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