A propósito de la libertad de expresión

J. Enrique Olivera Arce


Bajo el encabezado “Gacetilleros, gansos y embaucadores”, el diario El País (31/05/09) reproduce uno de los capítulos de “El Pianista en el Burdel”, de la pluma de uno de los fundadores del rotativo español, Juan Luís Cebrián, periodista y escritor, en el que el autor resume el quehacer periodístico a lo largo de la vida moderna en sociedad a través de una selección de ensayos que ilustran la relación entre la prensa, la sociedad, y el poder, desde las primeras manifestaciones de los medios impresos hasta el periodismo digital, fruto de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

El capítulo que nos adelanta El País, inicia de una manera por demás sugerente:

“Rebuscando en mi biblioteca a ratos perdidos me encontré con un curioso ejemplar sobre titulares y noticias disparatados, uno de esos libros que, de tanto en tanto, se publican para demostrar la ignorancia, la vulgaridad o, simplemente, la precipitación con que actúan quienes fabrican los diarios. La portada del volumen reproducía la primera página de un periódico de provincias español cuya noticia principal rezaba: “Muere aplastado por una piedra mientras hacía el amor con una gallina”. Junto al titular, una fotografía de mala calidad ofrecía la prueba fehaciente del suceso, en el que una roca de varias toneladas había machucado la existencia de un pobre campesino dedicado al refocilo con la ponedora.”

El también alto ejecutivo del consorcio editorial “Grupo Prisa” y quien en 2003 recibiera la Medalla de Honor de la Universidad Veracruzana por su prolífica obra publicada, en el capítulo de referencia nos remite al Siglo XVII en el que se registran los orígenes del periodismo como quehacer social, destacando que las noticias raras y absurdas han gozado siempre de un protagonismo admirable desde que se instalaron los precedentes más conocidos de la historia del periodismo moderno: los gazzettanti venecianos o los canard parisinos. Denominaciones que se derivan, ilustra el autor, de cuando los gondoleros venecianos vendían por la más pequeña de las monedas de la República véneta, una gazzetta, hojillas manuscritas en las que se comunicaban con singular promiscuidad hechos verdaderos y falsos, pintorescos o importantes, calumnias y denuncias, maledicencias o informes que aportaban los comerciantes llegados a la ciudad y que se transmitían de boca en boca entre los mercaderes, navegantes y trabajadores de los muelles. O de la etimología que tiene que ver con el argot, referido a las imprentas parisinas que recibían los panfletos u hojas volanderas en los que los vendedores de rumores y chismes imprimían sus medias verdades o sus mentiras completas para hacerlas circular, que a le gente le gustaban y parecía dispuesta a admitirlas con naturalidad, de modo que pagaba por ellas lo mismo que por que le leyeran las líneas de la mano.

Poniendo de relieve el autor que los ciudadanos, entonces como ahora, prefieren la imaginación a la verdad a fin de que ésta no les disturbe demasiado; así como también los gobiernos descubrieron la utilidad propagandística de las gacetas, de modo que reyes y notables se dedicaron a prestigiarlas, otorgándosele a determinados súbditos el privilegio de su publicación e institucionalizando su función. La palabra «gaceta» se santificó y universalizó, dejando de denominar una moneda para dar nombre a los periódicos impresos, aunque el proceso no fue lo bastante intenso como para evitar que todavía llamemos gacetilleros a aquellos periodistas irrelevantes, superficiales o que realizan su trabajo sin rigor informativo.

A partir de tal origen y tras recoger paso a paso la evolución de los medios de comunicación, la tecnología de soporte y la conducta de los hombres y mujeres que hacen posible el fenómeno de la comunicación de masas, Juan Luís Cebrán concluye que la profesión periodística tiene a la vez un origen canalla y un pedigrí regio, características que la han acompañado durante toda su historia. Reporteros y columnistas no cesan de reclamar su pertenencia al pueblo llano, pero al tiempo luchan denodadamente por participar de la riqueza, los placeres y dignidades de la corte. Habitantes permanentes de palacio, en sus corredores tendemos a ser considerados unos intrusos tan necesarios como incómodos, sobre todo desde que los reyes y la nobleza se eligen mediante el sufragio. Basamos nuestra fuerza en un curioso y no reconocido ejercicio de populismo que nada tiene que aprender de las mañas y trucos de los gazzettanti venecianos o de los criadores de aquellos canards parisinos, auténticos gansos que inundaban con sus graznidos los arrabales del burgo.

Al celebrarse un homenaje anual más a la conquista social de la libertad de expresión, derecho que atañe a todos los seres humanos pero que gobiernos, medios de comunicación y periodistas en general celebran como de su exclusivo interés y beneficio como “Día de la Libertad de Prensa”, valga recurrir a José Luís Cebrián para, a partir de “El Pianista del Burdel”, reflexionar sobre el presente y futuro del quehacer periodístico en la transición a la sociedad del conocimiento. Con la irrupción de la internet y las tecnologías multimedia de la denominada Web 2.0, los conceptos de comunicación e información se revolucionan y, con ello, los paradigmas éticos del papel social y político del periodista en la aldea global.

Parece que ya nada es igual al pasado gracias al impetuoso avance de la ciencia y de la técnica y, sin embargo, el desarrollo desigual pero combinado de la historia nos dice lo contrario. Paradójicamente el uso actual de los más ambiciosos adelantos de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación no se corresponde con el avance de una sociedad que pareciera estar anclada al pasado. La Red de Redes, por donde se le quiera ver, recrea en el presente, entre otras cosas, el origen del periodismo, reproduciendo las mismas motivaciones y paradigmas que animaran a los gazzettanti venecianos o los canard parisinos, haciendo del arte de embaucar y manipular instrumento de dominación de masas al servicio del poder. El sistema dominante así lo quiere, así lo necesita, y así lo determina.

Con la salvedad de que, como consecuencia de esa misma ley histórica, la misma tecnología creada para ejercer dominio sobre las clases subordinadas, en manos del hombre común es también herramienta de liberación. Subordinados por siempre a procesos tecnológicos que no controlan y víctimas de la enajenación a que les sujeta una cultura que les es impuesta a través de la información y la desinformación desde las altas esferas del poder, hombres y mujeres rescatan su palabra, apropiándose de la herramienta de dominación. Toman en sus manos, aún sin comprenderlas a cabalidad, nuevas tecnologías informáticas, nuevas herramientas, hoy al alcance de todos, generando el fenómeno comunicacional de la interrelación global, recíproca, horizontal, entre pares que son al mismo tiempo emisores que receptores del mensaje, sin necesidad de intermediarios. Posibilitándose la transición del ser humano de simple objeto a sujeto de su propia historia, dando lugar al periodismo ciudadano.

Así, en este marco, lo que hoy se conoce y se celebra como libertad de expresión, ejercitada por una minoría privilegiada, cobra su verdadero sentido como un derecho universal al alcance de todos. Ejercerlo a plenitud sin más cortapisas que el propio compromiso ético, moral y político de cada quien con los otros, más que motivo de celebración es asignatura pendiente en el largo camino de la construcción de la democracia y el bien común.

El capítulo que nos adelanta el rotativo español, invita a leer con avidez “El Pianista del Burdel” de Juan Luís Cebrián.

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