Mandar obedeciendo. Síntesis de la democracia participativa

J. Enrique Olivera Arce



De la percepción se pasa al consenso. El fracaso de los partidos políticos y sus personeros para avanzar en el proceso democrático de reconstrucción de un país que aceleradamente se deteriora, manifestándose incapaz para afrontar los retos del desarrollo, es más que evidente.

No son los escándalos, mediáticamente exacerbados. Para la ciudadanía, en su mayoría desinformada y atenida a lo que bien a bien quieren divulgar los medios de comunicación de masas, se pasa de la percepción confirmada a un consenso que se construye a partir del acontecer del día a día. La cotidianeidad en el enfrentar problemas que afectan la seguridad personal y colectiva; que cancelan expectativas de progreso y bienestar, generando sensaciones de exclusión, marginación y abandono en una sociedad dominada por el individualismo y el poder del más fuerte, conforman en el imaginario popular la idea generalizada de que son la política y los políticos y no los poderes fácticos escudados en el gran capital, los responsables de un estado de cosas que no es posible cambiar sin la intervención divina. El sistema económico dominante se ha encargado de tal enajenación, castrando a la sociedad.

Pocos, muy pocos, alcanzan a percibir que tal actitud frente a la sociedad y la vida, hace del ciudadano parte del problema y, por tanto, también parte de la solución. El no tomar conciencia de ello, da lugar a la frustración, al desencanto y a la paralisis, que conllevan el dejar hacer, dejar pasar; cerrándose el perverso círculo vicioso que nos mantiene anclados al subdesarrollo, a la desigualdad, la pobreza, así como a la ausencia de una visión de futuro que estimule el echar mano de nuestras potencialidades y fortalezas en pro de un México mejor.

El aforismo que nos dice que todo pueblo tiene el gobierno que merece, nos viene como anillo al dedo, incluyéndonos a todos; también a todos nos iguala y hace merecedores a sentirnos incluidos, la conseja popular que sabiamente señala: tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata. El pueblo de México carga a sus espaldas un quehacer político apenas a la medida del mexicano común. Del pueblo surgen los políticos y de estos deviene con su conducta el como entendemos a la política, cuando estos no son otra cosa que imagen o reflejo de quien los elije. Si cada uno de los millones de mexicanos en edad de hacer un honesto acto de contrición, nos contempláramos a nosotros mismos juzgando con rigor nuestra conducta individual para con la comunidad que nos cobija, difícilmente aceptaríamos, sin pecar de soberbios, ser el primero en lanzar la piedra.

La necesidad de cambio de nuestro Estado-Nación, objetivamente es evidente. Nuestro país no puede seguir al garete, sin rumbo, sin piloto y bajo el control de la corrupción y la impunidad. Más sin embargo, los cambios necesarios no pueden darse ni por generación espontánea ni al margen de las instituciones que el mismo pueblo, chueco o derecho, se ha dado; siendo potestativo de este el revisarlas, ajustarlas, substituirlas para crear otras nuevas, pero siempre dentro del marco de nuestra Ley Suprema. No hacerlo así, significaría estar incurriendo en los mismos vicios que condenamos.

Si es nuestra voluntad rescatar a la política como eje conductor de la vida en democracia, estamos obligados a participar en el rescate y fortalecimiento del principio de la representatividad democrática. Exigiendo que los mandatarios acaten la voluntad de los mandantes obedeciendo lo que dicta el pueblo en pro del progreso, considerando a éste no como abstracción sino como la sumatoria de todos y cada uno de quienes constituimos ciudadanía soberana. El camino es la participación responsable en la elección de quienes nos representan; sufragando por los ciudadanos que por sus antecedentes y compromiso sean merecedores de nuestra confianza. En el entendido de que no deben interesarnos pasivamente sus obsequios, propuestas y promesas, lo que cuenta para que sean dignos beneficiarios de nuestro voto, es que estos sean receptivos a nuestras demandas. Pero también la participación ciudadana, conciente y responsable en el exigir hasta sus últimas consecuencias que el mandato ciudadano sea acatado.

En el proceso electoral en marcha, para que el voto sea legítimo y no solamente instrumento legal para perpetuar el actual estado de cosas, la agenda de los candidatos postulados debe ser la agenda que los electores determinen.

Quien mejor sabrá ejercer nuestro mandato es aquel que sepa obedecer, atendiendo a la voluntad ciudadana y así debemos manifestarlo. Sin olvidar que, por principio, como ciudadanos nos debemos obediencia a nosotros mismos; estamos obligados a exigir el cumplimiento de nuestro mandato en los términos establecidos por las leyes que nos hemos dado pero, también, el cabal cumplimiento de todo aquello a que estamos obligados para una sana y fructífera convivencia en sociedad. O todos rabones o todos coludos. El que no vote se margina de la voluntad popular, renunciando a su derecho a exigir, constituyéndose en estorbo para el cambio deseado.

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