López Obrador. Forma y contenido del discurso

J. Enrique Olivera Arce


Estamos ya tan acostumbrados a juzgar nuestra realidad nacional con tanta ligereza que ha bastado un desliz verbal, propio de un lenguaje coloquial muy al estilo de Tabasco, vertido en un mitin pueblerino y teniendo como auditorio a personas sencillas poco acostumbradas a los rimbombantes discursos del falso academismo de la mayoría de los políticos, para que en un intento más por descalificar a López Obrador fariseos y plañideras a sueldo, desgarraran sus vestiduras señalando como víctima de exabruptos sexistas nada menos que a la Presidenta de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados. Lo accesorio se privilegia frente a lo sustantivo, pretendiéndose ocultar con burda cortina de humo contenido y sentido del discurso dentro de cuyo contexto se diera la frase hoy demonizada.

No se pueden ignorar hechos incontrovertibles. A más de un año de distancia de la forzada toma de posesión de Calderón Hinojosa existe una corriente integrada por varios millones de mexicanos que, con razón o sin ella, no le reconocen como Presidente Constitucional. Pese a los esfuerzos realizados Calderón no logra legitimarse frente a esta corriente que, entre otras cosas, reconoce como líder indiscutible a López Obrador. Nos guste o no, esto forma parte de la realidad política de México y no puede desdeñarse en todo análisis serio.

Tanto el Poder Ejecutivo Federal como el Poder Legislativo, no alcanzan aún consenso en torno a las reformas estructurales que se dice requiere el país como marco jurídico de impulso al desarrollo. Entre estas, la energética, cuyo contenido y alcances no se logran definir, o cuando menos no se hacen explícitos ante la opinión pública. Las diversas fuerzas políticas representadas en el Congreso de la Unión se rehúsan a dar el primer paso presentando y reconociendo la paternidad de la iniciativa que habrá de discutirse y aprobarse, en su caso. Luego debería ser reconocido como normal el que en un país democrático se emitan opiniones, a favor o en contra de llevar adelante reformas que así como para unos se consideran benéficas y aceptables, para otros deben ser rechazadas. En este marco, López Obrador y la fuerza social y política que representa, dentro o fuera del PRD, no hace otra cosa que obrar en consecuencia, al considerar que la reforma energética es improcedente y lesiva para el interés nacional, si esta abre la puerta a la privatización, abierta o encubierta, de PEMEX, recurso que es pilar sustantivo para la vida de la Nación.

En este contexto se da el exceso verbal que se juzga. Verlo de otra manera, satanizando las formas, descalificando por descalificar por el sólo hecho de no estar de acuerdo con la propuesta de López Obrador en aras de negar lo sustantivo, es tanto como negarse a vivir en democracia, cayendo en la misma actitud excluyente que a éste se le atribuye.