¿Estallido social?

Por J. Enrique Olivera Arce



Tema recurrente en las últimas semanas, el de un amenazante estallido social en México. Ha ocupado lo mismo a reconocidos analistas políticos como a comentaristas y columnistas de diversas tendencias y en también diversos medios de comunicación. Durante la fase de preguntas y respuestas del desayuno-reunión de “Entidad Plural”, que preside Felipe Hakim Simón, se le preguntó a Cuauhtemoc Cárdenas sobre tal posibilidad, dadas las condiciones críticas, yo diría catastróficas, por las que atraviesa nuestro país. La respuesta del ex líder moral de la izquierda mexicana, fue breve y contundente: No, no existen condiciones en el país para un estallido social. Coincido con la respuesta del ingeniero.

Hace unos momentos leí con interés la colaboración de Martín Quitano Martínez, que publica en el portal veracruzano en internet “gobernantes.com”, refiriéndose al tema. Me llamó la atención uno de los párrafos finales de su artículo, que a la letra dice: “La sombra del conflicto social se cierne sobre el país. El deterioro social es evidente, atraviesa a las entidades publicas y privadas, a la sociedad en su conjunto. Millones de desempleados, pobreza en aumento, campo en crisis terminal, violencia desatada y debilidad institucional, poca ciudadanía y apatía generalizada, desconfianza y pocas expectativas de salir del túnel oscuro que nos toca vivir”.

Coincido plenamente con la síntesis de las aristas más ásperas del deterioro social y económico que vive México frente a la crisis. Las que sin duda habrán de agudizarse con la insanía etílica que refleja el proyecto de presupuesto calderonista de egresos para el 2010, ahora en manos del Congreso de la Unión. Sin embargo y, pese a existir múltiples ejemplos históricos en los que el principal asesor de los pueblos oprimidos, aconsejándoles recurrir a la violencia desbordada para dejar de ser tales, ha sido el estómago vacío, ejemplos sobran de estallidos sociales con los que ha quedado demostrado que un estómago vacío toca mal son, terminándose por caer en la anarquía, el caos y un autoritarismo brutal que se hace acompañar de genocidios sin nombre.

Con todo y la desinformación existente, el pueblo de México sabe de estos nefastos ejemplos. Como también reconoce que un alto porcentaje de nuestro cada vez más perdido sentido de identidad nacional es y seguirá siendo el pacifismo, como fórmula ante propios y extraños para dirimir diferencias muchas de las veces insolubles.

Para la gran mayoría de la juventud actual, la Revolución Mexicana, no pasa ya de ser anecdótico episodio de la charla de sus abuelos. Para los mayores, parte de la memoria histórica, aún subsiste en nuestras mentes como el trágico suceso que acarreara más de un millón de muertos, sin mayor resultado que el México heredado que hoy padecemos, víctima de la corrupción, la impunidad, la pobreza ancestral de los de abajo y el obsceno enriquecimiento de la clase dominante. El gatopardismo ha sido la constante y, lastimosamente, a el nos hemos acostumbrado. El conflicto social en México tiene carácter permanente, no es un fenómeno nuevo, y lo hemos resistido y superado.

En el párrafo citado de Quitano Martínez, toca en su breve pero contundente diagnóstico, dos aspectos de nuestra realidad nacional: poca ciudadanía y apatía generalizada, que yo me permitiría traducir como “sentido real de la impotencia para operar los cambios que este país requiere”. Para los clásicos del marxismo, la condición sine qua non para que una revolución tenga lugar, es la coincidencia entre las condiciones objetivas y subjetivas, dada en el momento y en el lugar preciso. Tal coincidencia no existe en México. Por mucha proximidad al borde del desastre, en el que los principales afectados serán los desheredados, o en palabras de Frantz Fanon, “los condenados de la tierra”, que podrían ser las condiciones objetivas, en la gran mayoría de la población no existe eso que también los clásicos denominan “conciencia social y política”, el factor subjetivo. Tampoco organización y liderazgo alguno que promueva la construcción de tal condición.

Más de 25 años de neoliberalismo han castrado a la mayoría de la juventud de México, en la que debería imperar la rebeldía y la convicción de la necesidad de cambio. El reunirse cien mil jóvenes en el D.F., en el que se concentra la mayoría de la población informada y participativa del país, frente al monumento más emblemático de la independencia de México, para rendir póstumo homenaje a Michael Jackson, ídolo con pies de barro de la descomposición de la sociedad norteamericana, nos da la medida del tamaño de la apatía, desinterés y hasta cierto punto masoquismo, de las nuevas generaciones, llamadas a impulsar el fin del estado de cosas actual y el cambio de rumbo para la construcción del México que todos, en nuestro fuero interno, deseáramos.

El abstencionismo y el llamado voto en blanco, promovidos por jóvenes a través de las redes sociales en la internet, no es elemento de juicio suficiente para considerar que el rechazo a un sistema de partidos políticos obsoleto y corrupto, sea manifestación de conciencia social y mucho menos uniforme, con consenso sustentado en concepción ideológica alguna, que expresara voluntad consciente de cambio.

En el México de la democracia simulada, no hemos sabido transitar por la cultura política. Nos concretamos a protestas y denuncias, la mayor de las veces no escuchadas y mucho menos atendidas. Lo que si sabemos es el retraernos y rumiar a solas nuestra inconformidad frente a un estado de cosas que nos lastima, individual y colectivamente.

No existiendo, pues, condiciones subjetivas frente a la objetividad de una realidad real que apunta al desastre, la tesis del estallido social me parece tan equívoca como lejana. Sin embargo, no podemos hacer de lado que la crisis y las políticas públicas para hacerle frente, más estupidez que ceguera del gobierno federal panista, hace del estómago vacío mal consejero en regiones y sectores específicos del país, lo que podría dar lugar a protestas airadas y conatos focalizados de revueltas, para las que el Estado está más que preparado para sofocar, sin mayor efecto en el conjunto nacional.

Lo que dudo exista, es capacidad de los partidos políticos para prevenirlas y conducirlas pacíficamente por el camino del diálogo y la conciliación, evitándose con ello tanto la violencia popular como el ejercicio legal del monopolio de la fuerza del Estado, para hacer de la represión fórmula generalizada para administrar y resolver conflictos.

El México de los jodidos de siempre, cifrará sus esperanzas en quien resulte electo en el 2012 como el nuevo presidente de la República. Lo vimos con Fox y se repitió con el inútil que pasará a la historia como el mayor promotor del voto de castigo. En eso desembocará toda amenaza de estallido social.

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